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SERIES DE NUESTRA INFANCIA: Los Caballeros del Zodiaco

Esta serie japonesa era una de mis favoritas cuando era un enano. Aquellos dibujos japoneses con ojos grandes como platos. Con esa banda sonora extraña, a caballo entre cabecera y marcha militar. Con aquellas rimas cogidas con pinzas que fomentaban tantos errores de interpretación. aquí tenéis la dichosa musiquita

Pero a mí me encantaba. Pasaba las tardes mirando el reloj a la espera de mi ración diaria de caballeros y peleas. Y en cuanto empezaban, volvía a mirar el reloj sabiendo que en los escasos veinte minutos de duración del capítulo a penas iba a avanzar la historia (quitando el resumen del episodio anterior y sus malditos flashbacks con recuerdos inútiles que no aportaban nada a la trama, poco te quedaba de acción). Pero eso daba igual. Seguía siendo mi serie favorita.

Aún con eso, la recuerdo con cierto resquemor. Y esto se debe a que cuando se estrenó en Telecinco, coincidió con mi Primera Comunión.

Algún día os hablaré de mi Primera Comunión. Os aseguro que da para una entrada completa.

Os preguntaréis qué tiene que ver una cosa con la otra. Bien, pues que sepáis que (esto va para los hijos de los que votan a Podemos) antes de hacer la Primera Comunión, había que ir a ciertas clases estúpidas e inútiles denominadas Catequesis. Esta palabra que parece denominar la inflamación o infección de algún órgano es en realidad una serie de lecciones sobre el sagrado testamento. Que te ayudarían a entender mejor la eucaristía. Consistían en la lectura de la biblia, conocimientos teológicos, primera experiencia sexual con el cura y otras lecciónes para hacer la comunión y luego ya te regalasen el dichoso compás.

Bien. El problema que me suponían estas clases era que empezaban diez minutos antes de que terminase el capítulo de Los Caballeros Del Zodiaco. Esto me sacaba de quicio aunque en realidad no perdía el hilo argumental porque eran capaces de estar peleando contra el mismo enemigo durante diecisiete capítulos seguidos.

Además, las peleas eran bastante parecidas. Los personajes no daban ni un puñetazo sin avisarlo a gritos antes. Lo cuál es bastante contraproducente; imagina que estás en una pelea de bar y vas a atacar a alguien al grito de «¡Patada en los huevooooos!»

Tú mismo cometerías un autospoiler permitiendo al rival que se adelantase a tu ataque en un gesto defensivo clásico como clavarte una botella rota en el cuello, por ejemplo.

Como decía, las peleas eran más o menos así.

«Yo soy más fuerte»

«No, yo soy el más fuerte»

«Ataque»

«te he vencido, te lo dije»

«que va»

«Contraataque»

«¿lo ves?, te dije que era más fuerte. Me has subestimado»

«Que no, que no, mira ahora»

«Ataque»

Y así durante diez o quince capítulos.

De todas maneras, y aunque yo prefería enterarme de primera mano viendo el final del dichoso episodio, no había problema. Pues al día siguiente sería el tema de conversación en el colegio.

Antes de llegar la hora del recreo, ya me había enterado de todos los pormenores actualizados de la historia, así como del palmares de victorias y derrotas de cada uno de los personajes. Conocimientos absolutamente imprescindibles antes de salir al patio, pues era entonces cuando se celebraban los «combates».

Estas veladas consistían en que dos o más contrincantes, fingiendo ser caballeros del Zodiaco, combatían hasta el fin del recreo de los tiempos. Estos combates, siguiendo las pautas de los de la serie, solían ser combates a distancia en el que no faltaban nombres de los múltiples golpes así como onomatopeyas por doquier.

Antes de este combate estiloso cargado de dramatismo, se celebraba siempre un primer combate a patadas y puñetazos para decidir quién era qué caballero.

Estos primeros combates solían ser bastante más dolorosos que los segundos, cosa normal por otro lado; al no haber decidió que caballero serías, aun no tenías armadura…

Y es que, como todos recordaréis, todos queríamos ser los mismos personajes, como el caballero del Dragón, el del Fenix, el del Cisne… Nadie quería ser el irónicamente soso protagonista (Pegaso) o el Mariposón de Andromeda.

A no ser…

… que consiguieras una cuerda.

Daba igual si se trataba de la comba de saltar de tu hermana, una cinta de precinto policial o el cordel de los cartones de huevos. Con algo que pudiese pretender ser cadenas, el caballero de la acera de enfrente adquiría bastante popularidad.

Así viví yo y casi todas las personas con las que he tocado el tema para hacer esta entrada las aventuras de los caballeros cabezones y de ojos saltones. ¿Y vosotros?

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EL LENGUAJE SOEZ

El autor de esta entrada se halla en el deber de advertir al lector que está a punto de toparse con ciertas palabras malsonantes con cierto potencial para herir su sensibilidad. Sobretodo si es usted un puto santurrón blandegue y casi con toda probabilidad homosexual.

Hay una especie de justicia poética en que la primera palabra que te viene al quedarte sin papel higiénico sea: «¡Mierda!»

Las palabrotas llevan con nosotros desde tiempos inmemoriales. Fuera cual fuese la primera palabra que se dijo en el mundo, no cabe la menor duda de que ese día tan especial no acabo sin que se dijera alguna palabrota.

Si nos detenemos a averiguar el de la primera palabra malsonante nos encontraremos con una empresa condenada al fracaso. Sin embargo no es tan difícil suponer que ha habido una serie de momentos que, por la frustración en ellos reinante, pudieron ser el origen de muchas expresiones de dudosa honra como las que nos atañen. Uno de estos momentos duró más de medio siglo:

LA LATA QUE PROVOVOCÓ QUE EL NIÑO JESÚS LLORASE

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Estamos en 1810. El gobierno francés lleva a cabo una campaña en busca del mejor método para la conservación de la comida en campaña (los camiones de tomates no valen). Entonces aparece un señor muy listo y muy práctico con un bote bajo el brazo. Así hace acto de presencia la famosa lata de conserva. Como diría Iker «pulseritas» Jiménez, hasta aquí todo normal.

Los soldados francos verían, gracias a esta maravilla moderna, una sensible reducción en su índice de enfermedades derivadas de comer comida en mal estado y su dieta se volvería más agradable al paladar. Pero siempre hay un punto negativo en toda historia. Y es que el abrelatas no fue inventando hasta casi cincuenta años después.

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No hace falta ser muy perspicaz para imaginar la cantidad de improperios que nacieron por no tener abrelatas; santos y santos bajados del cielo sin contemplaciones ante la imposibilidad de los hambrientos guerreros de abrir el botecito de las narices. Una auténtica algarabía de palabras horribles como las de la elfa del Señor de los Anillos llamando a un río de caballos de agua.

Cierto es que el ser mal hablado no te abrirá muchas puertas en la vida, a no ser que digas «Abre, coño» (Bueno, igual esa frase tiene otras acepciones que no tienen cabida en un Blog culto e inocente como este). Pero no deberíamos condenar el uso de las palabras malsonantes solo por el mero hecho de serlo.

VULGARIDAD VERBAL COMO ALTERNATIVA AL PROZAC

No se trata tanto de un problema de educación como de una cuestión de necesidad. Aunque no está comprobado científicamente, un martillazo en el dedo duele menos con un «¡Joder! » que con un «¡cáspita!». Esto es tan verídico y efectivo como que el hombre espera y la mujer… hace esperar.

«—María. He conseguido mesa para aquel restaurante que te gustaba.
—¡Bien! Voy a vestirme.
—Es para dentro de 3 meses.
—¡¿Ya estamos con las prisas?!»

Señoras y señores del jurado, el desahogo que aportan las palabrotas no lo pueden aportar ni las drogas. Ocasiones como esa en la que te preparas la cena perdiéndote la película porque no llegan los anuncios, al final te sientas frente a la tele con tu cena… y cenas viendo los anuncios. No me digáis que el asunto no merece al menos un «¡me cago en…».

También sirve para esa época de tu vida en la que te dan ganas de afilar el palo con el que tocas a la gente. Como cuando el guardia de seguridad de la oficina de empleo te dice en un arranque de originalidad «quieto parado». Debería ser legal poder insultarle.

¿Qué otra cosa que no sea una palabrota puedes liberar a la atmósfera cuando trabajas con incompetentes (a parte de tí, quiero decir) que no pueden dejar pasar ni una sola ocasión para demostrar sus «virtudes»?

«—¡GRANAAAADAAAA!
—… Tierra soooñada por miiiii…
—¡Cuerpo a tierra, gilipollas!»

Cualquier ocasión es buena para bajar Santos del cielo. En casa, por ejemplo. ¿O acaso conocéis vosotros a algún vecino cuyo hijo sepa tocar bien la maldita flauta? Que no es que me caigan mal los vecinos. Yo no soy capaz de odiar a una persona durante más de diez minutos. Cambiando de tema: ¿sabíais que en diez minutos puedes matar a una persona y ocultarla?

Esta es solo una ínfima parte de las razones por las que no debemos criticar el lenguaje soez ni a la gente que lo emplea. Pues todos tenemos a una verdulero dentro. Solo necesitamos una fuente de inspiración que ayude a exteriorizar nuestros sentimientos.

«—¿Es cierto que usted se cagó, y cito, en los muertos pisoteados del demandante así como en la puta idea qué tuvo la zorra de su madre de concebirlo?
—No, Señoría. Lo que yo dije fue ‘Reinaldo, amigo y compañero del alma, creo oportuno indicarte que estas derramando el metal fundido sobre mi espalda y eso, en honor a la verdad, me escuece un pelín’ «.

Sin más me despido hasta otra entrada, amigos. No sin antes compartir con vosotros una duda que atenaza mi alma:

Si cuando al final de ese programa llamado El Jefe Infiltrado, los empleados entran a hablar con el jefe sin disfrazar, pero aún así no lo reconocen como su jefe… ¿para que lo disfrazan al principio?

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LA ESTUPIDEZ HUMANA

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Me fascina el término «estupidez humana». Como si hubiera otro tipo de estupidez. No digo que toda la humanidad sea estúpida. Pero lo que si estoy dispuesto a postular es que los extraterrestres deben de saber que somos una raza fácilmente conquistable si nos han visto dándole vueltas una y otra vez al movil intentando ver derecha una foto ladeada. Hay muchos ejemplos por los que no nos merecemos ser considerada vida inteligente. Sin embargo seguimos empeñados en el humanismo.

El humanismo. Esa estúpida tendencia que gente tan pagada de si misma como Luis Vives, uno de los mayores defensores de esta doctrina reivindicaba comop la creencia ciega en la posición del hombre en el centro del universo.

¡Pero si somos un fracaso en toda regla! ¿Cómo puede ser el centro del universo una raza capaz de gastar 400 euros en un smartwatch?

«—¿Te has comprado el Apple Watch?
—¡Si, es una pasada! Mira, tiene medidor de pulso cardíaco, notificaciones directas de WhatsApp…
—¿Qué hora es?
—Si, claro. Debe de estar por aquí, a ver. No, a ver por aquí…  Bueno, casi mejor espera, que la miro en el móvil.»
—… »

Cualquiera que lea esto puede pensar (y con razón) que soy de esas personas que piensan que la única inteligencia que vale es la mía (hipsters) y que pienso que el resto del mundo es estúpido. Bien, esa es una afirmación a medias acertada. Y en seguida sabréis que parte es falsa y cuál no.

Por todos es sabido que yo no soy ninguna lumbrera. Soy perfectamente capaz de encender la Batseñal para llamar a Batman y cuando llegue se me haya olvidado lo que iba que decirle.

«—Soy Batman, ¿que ocurre?
—Em…  Si… te cuento. Ya que vas a estar despierto a ver si puedes avisarme a las 7 que no me fio de la alarma de mi movil»

Porque si, soy imbécil. Y cada vez más orgulloso de ello. La última vez que me puse las gafas sin recordar que había olvidado que llevaba las lentillas puestas pensé que me había convertido en Spiderman. No salté por la ventana porque daban los Simpson y no me quería perder un capítulo que solo había visto diecisiete veces.

Lo dicho, me enorgullece mi cualidad. Teniendo en cuenta cómo les va a los imbéciles hoy en día, a mi juicio se ha convertido en algo de lo que presumir. Esta  iluminación a la que he llegado solito y sin GPS me lleva a lo siguiente.

CUANDO LA ESTUPIDEZ VENDE

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¿Recordáis a esas chonis de barrio que salían de cuando en cuando en la tele dándole patadas al diccionario? Esas niñas que iban pintadas a su juicio muy guapas y a juicio de otro preparadas para cortar cabelleras.

«—Ferretería, dígame.
—Si buenos días, quisiera una pintura para exteriores como la que lleva la chica de perfumería en la cara»

¿Nenas y no tan nenas que esgrimían el «haiga» como punta de lanza de la cultura poligonera. Que a su total y absoluta falta de educación social y cultural la llamaban «naturalidad»?

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Pues ahora resulta que esto vende. Porque se puede ser una poligonera, pero lo que sale últimamente por la tele no tiene cabida en ningún gráfico. El descaro con el que estas princesas propinan patadas voladoras al diccionario no es ni remotamente aceptable. Y eso que la Real Academia de la Lengua hace todo lo que puede por incluir sus guturales sonidos en nuestra lengua en aras de…

¿En aras de qué? No consigo imaginar en que manera puede ayudar el incluir esas aberraciones idiomaticas. Para mí que últimamente la RAE ha estado comprando costo al por mayor. Como ya hizo alguna vez antes («tío, tío, ¡pon murciélago! Jajajajaja»).

Y es que después de la «cocreta» de la eterna madre coraje, los uppercuts al léxico se han convertido en requisito indispensable, parece, para los castings de los realities.

Reality Show: no hay una expresión mas engañosa en cuanto a lo que verdaderamente representa.

¿Cómo le digo yo ahora a mi hija que el ejemplo a seguir es el licenciado en ingeniería que nos atiende en el McDonald’s y no la choni barriobajera que se forra en Salvame después de haberse hecho una «manualidad» bajo el edredón a otro en Gran Hermano?

El problema es que esta «genialidad» es cada vez más difícil de encontrar. Al menos, la de pura cepa. Sea por lo que fuere, las chonis parecen estar en peligro de extinción. Conscientes de este horrible hecho, varias plataformas y superficies han empezado campañas para proteger a esta especie. El pull&bear ver por ejemplo.

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De repente, lo inculto y soez vende, y es el pasaje para salir del asiento de atrás del Seat León del Jonathan y saltar a la fama. Como quien estudia ingeniería para que lo cojan en la Fórmula 1, Hay que buscar esa capacidad chonil donde sea. Y es entonces cuando vemos aberraciones como las «estudiantes unicersitarias» (o eso dicen ellas) de gran hermano. En concreto me encanta una rubia que yo pensaba teñida, pero al escuchar su hazañas en un par de preguntas de cultura general, me lo estoy replanteando. No puedo asistir a estos eventos de la humanidad sin pensar: ¿es esto real? ¿Hay gente así o es un papel?

En fin, creo que se me está acabando el pase de pellote, así que mejor dejar de escribir ya. No sea que me vaya a quedar tonto con tanta tontería y me recluten para Mujeres y Hombres Y Viceversa. (me encanta este título, su desprecio por las comas)

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CORRER V: Alternativas al running

«El ser humano solo usa el 10%de su matrícula de gimnasio»  Albert Einstein.

¿Por qué dejar el Running? Pues porque estoy sufriendo bastante rechazo social. Ya estoy harto de que la gente se me acerque y me pregunte «¿De qué huyes? ¿Tu amigo va a hacer una mudanza?»

Vosotros reiros. Pero el running podría ser un problema. Cuando todos esos yonkies que corren para no pensar en la droga vuelvan a engancharse a ver quién los persigue cuando te roben el móvil para cambiarlo por un bolo.

Yo empecé en esto del running por casualidad. Eran esas corazonadas que me daban cuando veía gente correr en domingo y cosas así. Yo veía todos esos señores corriendo y pensaba: Al final va a haber que hacerse Runner. No sea que un día caiga un apocalipsis Zombie y todos corran más que uno.

BUSCANDO ALTERNATIVAS

Cuando una persona comete la inmoralidad de salir a correr porque sí. Tiene que tener por seguro que, a menos que tengas quince años, a la larga empezarás a notar el desgaste endémico de esta práctica. Yo no tardé demasiado en empezar a verme aquejado de serios dolores de rodilla. Tenía  que buscar una alternativa sana a eso de correr por ahí que me llenase tanto o más que el running.

No me hacen mucha gracia las máquinas de gimnasio, excepto una en la que metes un euro y te sale un Bollicao. Las pesas tampoco so lo mío. Total, que llevo dos meses apuntado a un gimnasio. Y lo único que he perdido son 90 euros. Puede que así, vestido, aún no se me note, pero esperad a que termine el verano y haya que ir a tomar café a un Starbucks…

«—Mi novia me ha dejado porque dice que estoy obsesionado con el gimnasio.
—Qué fuerte…
—Gracias. Toca, toca»

En estos enclaves para cultivar el cuerpo (los gimnasios, no los Starbucks) hay muchas actividades que hacer. Y una de ellas me interesó lo bastante como para apuntarme: el Bodycombat.

El Bodycombat es como el aerobic de toda la vida. Solo que pegando patadas al aire o a un extraño saco de boxeo que en lugar de pender suspendido de una cadena se alza desde el suelo hasta alcanzar la altura de una persona. Pues bien: durante la primera semana asistí a las lecciones que un simpático señor bajito (hasta el punto de que le olía la cabeza a pies) impartió lunes, miércoles y viernes. Todo muy bien, pues gracias a mi pasado Runner logré estar a la altura. Un poco de cuidado de no resbalar con los calcetines al ejecutar las patadas al saco y listo.

Mi frustración comenzó el primer día de la semana siguiente.

El sábado ya había ido al Gato largo (Thecatlong) a adquirir ciertos artículos como unas vendas elásticas para transformar mis puños en herramientas de muerte y destrucción y un calzado especial para deportes en parquet sospechosamente parecido a unas bailarinas. Y eso que a mí este tipo de indumentarias no me despierta mucha confianza. Las vendas para las manos, por ejemplo, tienen un cierre parecido al de un sujetador. Baste decir que hace años cogí un sujetador de mi hermana para practicar con el cierre.No pude abrirlo y me dio mucha vergüenza decir algo. A día de hoy todavía lo llevo puesto. Lo uso para colgar mi GoPro.

Así que allí estaba yo el lunes a las 18:30 horas (hora zulú) entrando al gym caracterizado como el guerrero ninja de la tonificación muscular. Cuál no sería mi sorpresa cuando al mirar el horario del tablón de anuncios me doy cuenta de que habían cambiado mi clase de bodycombat por otra llamada cardiocombat.

Ante aquella adversidad me dirigí a la fofisana de la recepción (porque los gimnasios de más de 39’99 al mes cuentan con recepción) a pedir una explicación ante tamaño desastre. La muchacha me aclaró que la clase era la misma. Pero que en ocasiones se le cambia el nombre a las clases porque los nuevos cánones deportivos apuntan a tal o cuál otro por motivos de atraer al público.

Por mi parte lo veo una estupidez, qué queréis que os diga. Es como si el domingo mi novia me manda a pastorear pelusas en vez de a barrer.

Resignado, me interné en el área de bodycombat cardiocombat y efectivamente, ahí estaba mi amigo el corpocorto. Presidiendo el calentamiento como si tal cosa. Como si no tuviera que ver con el inmenso sentimiento de vacío que atenazaba mi alma, el puto enano karateka.

Curiosamente, la clase fue exactamente igual que la semana pasada. Mismos movimientos, misma música. Solo cambió una cosa: los alumnos. No había ninguno de los que habían empezado conmigo. Lo cuál llenó mi mente de preguntas mientras aporreaba rítmicamente aquel saco.

¿Dónde estaban los antiguos alumnos?

¿Habrían mal interpretado el cambio de nombre como un cambio de horario y habían dejado de venir pensando que aquella clase había sido trasladada o, peor aún, anulada?

¿O quizás se trataba de algo mucho peor? Cabía la posibilidad de que el cambio de nombre de esta disciplina fuera algo periódico. Cabía la posibilidad de que se vieran obligados a hacerlo para evitar las sospechas suscitadas de que algo atroz estaba pasando en esas clases. Cabía la posibilidad de que los alumnos hubieran estado muriendo víctimas de la extenuación o alguna patada voladora errada. Cabía la posibilidad de que el cambio de nombre no fuese la única estratagema para ocultarlo, y que sus cadáveres hubieran pasado a rellenar aquellos sacos de boxeo. Cabía también la posibilidad de que la falta de oxígeno me estuviera afectando al cerebro.

Fuera como fuese, a la semana siguiente, cuando comprobé en el tablón que el cardiocombat había vuelto a mutar para renacer como dancecombat. Me di cuenta de que no estaba hecho para cambios tan frecuentes y tan poco motivados. Dejé  de ir a aquellas clases infernales y volví a running, pero running, running. No esa tontería de correr que hacen los pobres. No os dejéis engañar: hay una gran diferencia entre un corredor y un Runner (240 euros en equipación fosforito).

El hijo del viento, me llaman. Pues ya se sabe: cuando te muerde el gusanillo…

«—¡Me ha mordido un runner!
—¡Una ambulancia, rápido!
—Ya voy yo mismo corriendo
—¡Aguanta! ¿Cuál es tu grupo sanguineo?
—Supinador
—Lo perdimos»

He aprendido algo. Y es que si algo te va bien, mejor no dejarlo. Ya encontraré alguna manera de cultivar mis músculos. Por cierto, para marcar abdominales, ¿alguien sabe qué prefijo es?

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COSAS QUE DAN PARA UNA ENTRADA

Aunque pueda parecer tonto lo contrario, dadas las múltiples ocasiones en las que he tocado el tema de la creciente volatilidad de mi capacidad de atención, yo me fijo mucho en los detalles. Cuando uno pasea por la calle y comete la desfachatez de mirar hacia otro sitio que no sea a dónde pisa, puede ser testigo de la maravillosa diversidad de personas dignas de mención que pululan por las aceras.

En mi caso, los que hayáis leído otras veces esta sarta de tonterías que libero a la atmósfera, sabéis que soy una persona muy observadora, pues la finitud de la batería de mi móvil me obliga a veces a fijarme en todo para no aburrirme, incluida la gente que va por la calle.

Y es que para escribir este tipo de textos es imprescindible fijarte en los pormenores de la vida, esos detalles que tu cerebro obvia hasta el punto de parecer ignorarlos, pero sabe que están ahí. Tal y como hacen tus ojos con tu nariz o el resto de los cazafantasmas con el cazafantasmas negro.

Estos detalles son los que yo recopilo mientras me arrastro por mi penosa existencia para luego ir con el cuento a vosotros. Y uno de esos detalles propiamente dichos son los que veo caminando por la calle (caminando yo, no es que a los detalles les hayan salido patas). Arranquemos por ejemplo con la gente que topa con un conocido. A mí esos encuentros fortuitos con ciertos conocidos solo me sirven para recordarme que tengo que eliminarles del Facebook.

«—Hombre Eze, ¡cuánto tiempo!
—Y porque me has visto tu antes…
—¿Eh?
—¡Que cuánto tiempo!»

Pero parece que no es así para el resto de la gente. Después de una cordial conversación, se despiden prometiendo volver a verse, y que cuando lo hagan no sea por casualidad.

«Un día tenemos que quedar para tomar un café y mirar cada uno su movil»

Lo que me sirve como material para entradas es ver como esas personas se desean lo mejor, se encargan mutuamente saludos a amigos comunes y familiares, y se estrechan la mano efusivamente en una cálida despedida para proseguir cada uno su camino… en la misma dirección.

¿Qué le dices a una persona de la que te acabas de despedir pero que estas obligado a seguir viendo hasta que vuestras sendas os separen? En serio, no es una pregunta capciosa, quiero saberlo porque me ha pasado ya varias veces, y no porque me lo busque despidiéndome en medio de un puente.

Hasta que alguien pueda ayudarme con el dilema seguiré con mi estrategia de soltar un: «de perdidos al río» y cogerle de la mano. «Y es que todo pasa por algo, guapetón».

No es solo mi inclinación pseudohomosexual la que me hace preferir a esta gente a su opuesto: Esos vecinos con los que vives puerta con puerta y que no saludan porque les han afectado los recortes en educación.

La calle no es el único sitio en donde uno encuentra cosas curiosas. Cualquier sitio público es un simposio de temas de los que hablar. El otro día estaba haciendo la compra en unos grandes almacenes cuando apareció un joven de unos treinta y dos años (porque tengas la edad que tengas, la definición de joven es tu edad; lo demás son viejos o niñatos). El pobre parecía notablemente afligido porque había perdido de vista a su hijo. Me detalló la ropa y la edad del vástago y yo respondí negativamente ante sus pesquisas.

Un par de pasillos más allá, me encontré con un minisujeto que concordada perfectamente con la descripción. Así que en un acto de altruismo me acerqué al niño y le susurré con ternura: «Tranquilo, yo llevo perdido aquí veintidós años, y nunca me ha faltado de nada. Tan solo tienes que buscarte un sitio alto para dormir donde no te alcance Johnny Depp; lo sueltan aquí por las noches».

Ya se sabe. Johnny Depp puede ser muy peligroso, sobre todo si te interpones entre él y su padre Tim Burton.

«—Señor Burton, el señor Depp está en la puerta.
—Joder… ¿De qué va disfrazado ahora?
—De pene gigantesco
—Madre mía… Abre anda, ya se nos ocurrirá algo»

Caminando por la calle ves cosas extrañas. Algunas no lo parecen, pues entran dentro de la normalidad de cada día. Pero tu mente se encarga de darles esa chispa de misterio al hacer que te plantees ciertas dudas existenciales. A mi me pasa con esos policías que van en bicicleta.

Su presencia está cada vez más arraigada en nuestro día a día y, en honor a la verdad, me parece muy buena idea. Son efectivos que cumplen su trabajo ahorrándole al estado un dinero en combustible y contribuyen a dar un respiro a la capa de ozono. Pero (y aquí es donde mi mente empieza a oler a quemado) ¿cómo hacen para arrestar a la gente llevando bici? Debe de ser algo así como:

«Tú te lo has buscado, hijo. ¡A la cesta! Tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga…»

Si hablamos de transeúntes, tarde o temprano acabaremos hablando de los que van por ahí usando su teléfono móvil. En algunos casos ya de por sí es un deporte. Como en el mío, pues me he comprado un Samsung Galaxy Note. Es un poco…  un poco grande ¿verdad?. De hecho he contratado a una cofradía entera para llevarlo por la calle.

Como decía, dentro de los phonejockeys hay categorías para elegir. Y de ellas la que más me gusta es ese que va por ahí hablando por el movil con el altavoz del manos libres activado. Que vosotros direis: «iría con las manos ocupadas…» No, no. Ambas manos libres. ¡Ambas! Una agarrando el aparato y otra en el bolsillo, presumiblemente aferrándose al poco atisbo de dignidad que les ha dejado semejante práctica. Así que ahí van, hablando como si llevarán un walkie talkie, como si se hubieran escapado de un programa del Discovery Channel.

Y ya puestos a hablar de gastar dinero en estupideces, hablemos de los artistas callejeros. El otro día pasé por delante de un mimo que simulaba subir por una cuerda. Me gustó mucho, de modo que simulé dejarle una moneda. Pero no son estos los únicos que te piden dinero por la calle. Hay otra gente que… ¿Cómo explicarlo? Digamos que es un hecho que las drogas no son la respuesta, a menos que la pregunta sea: «¿Por qué no tienes dientes y estas haciendo como que trabajas de aparcacoches?

Se que hay gente que ya sea por miedo o por caridad, no es capaz de negarles una moneda. Pero luego se sienten mal por haberlo hecho sabiendo para qué lo van a utilizar. Para esa gente tengo un ligero comentario que tal vez sea de ayuda:

-Aparcar con «aparcacoches»=1€
-Utilizar transporte público=1.30

De nada.

¿Qué me decís de las gitanas? Esas simpáticas vendedoras que parece que pasan hambre, pero no hay ninguna flaca. Que quieren venderte un trozo de hierva a modo de talismán. Pero no de la que se fuma, si no de la que se echa al cocido.

“—Ay payo guapo, toma esta ramita de romero, te dará suerte.
—¡Gracias!
—¿Me das algo pa pasá el día guapo?
—Ten, toma esta ramita de romero, te dará suerte.»

Así que ya sabéis, amigos/as/is no perdáis la fe en la humanidad. Y si lo hacéis, preguntad a vuestra madre que seguro que la ha guardado ella.

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LA TOLERANCIA

«—¿112 emergencias?
—Tengo una bomba ¿Qúe hago?
—Ok. ¿De qué color son los cables?
—Uno azul cobalto claro y el otro rojo carmesí.
—Vas a morir, maricón.»

La tolerancia no es algo que se tenga o no se tenga. La tolerancia es algo que se adquiere (o no) a medida que nuestra personalidad va madurando (o no). Ciertas vivencias son esenciales en la gestión de nuestro nivel de tolerancia en todos los campos que hemos de abarcar.

A lo largo de la historia, la humanidad ha tenido picos altos y bajos respecto a su nivel de tolerancia. No hace falta ser historiador para saber de que momentos de auge de intolerancia estamos hablando, por lo que los vamos a obviar, para simplemente dedicarnos a la tolerancia en la actualidad.

Curiosamente, Hoy en día los niveles de tolerancia están más altos que nunca. Ser tolerante se considera ser moderno y por ende no serlo se considera estar anticuado, ser retrógrado, corto de miras, del PP, etc. Aquí es donde conviene hacer un alto y reflexionar sobre las implicaciones de etiquetar de antiguos los modelos de pensamiento como el del tema que nos ocupa.

Si ser intolerante está anticuado ¿Qué pasará cuando los Hipsters se aburran de las máquinas de escribir y los tocadiscos y expandan sus miras a la caza de algo antiguo que esgrimir en su lucha por…  por lo que sea que pretendan estos señores?

¿Qué pasará cuando aquellos pensamientos retrógrados que llenaron a la humanidad de vergüenza renazcan en forma de tendencia?

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¿Deberíamos entonces acabar con los Hipsters para evitar un nuevo alzamiento de la intolerancia? ¿No me vuelve a mi intolerante pensar en esta medida? ¿Se me está yendo la pelota con el tema? La respuesta a casi todo, o al menos a lo último, es si. Así que mejor sigamos.

Los hay que toleran hasta las picaduras de insectos con altivez y paciencia y los hay a los que les gustaría un libre albedrío un poco más controlado. Sea como fuere, todos se declaran tolerantes. Y se atribuyen el mérito de serlo más que el otro.

“—Soy muy tolerante
—¡Yo más!
—¡Yo mucho más!
—¡Tu no tienes ni puta idea de tolerancia hijoputa!
—¡Tu madre, cabrón, te mato!“

… y así.

Eso sí, por muy abiertos de miras que nos consideremos, todos tenemos un límite. Como por ejemplo el de la homosexualidad. Y que conste que lo digo para que conste: yo no soy homófobo, de hecho tengo amigos que son presentadores de Telecinco. Pero hay gente que se muestra un tanto incómoda con el tema.

Por un lado, esta gente no puede evitar sentir cierto mal estar causado por su rechazo hacia la homosexualidad. Pero por otro, su afán por querer disimular su reprobación le lleva inexorablemente a la sobrecomoensación, y esta a su vez a la tangente por antonomasia: los amigos gays.

Preguntarle a una persona su postura a cerca de la homosexualidad es como darle un paquete de Donetes; le salen amigos gays por todas partes.

Pensándolo bien, la homosexualidad es antinatural, como demuestra el hecho de que no hay ningún animal homosexual. Lo que si que hacen mucho los animales es ir a misa… ¿no?

Aunque este tema daría para una conferencia, ya no es tan interesante. Y es que ser homófobo ya no se lleva; no es tendencia. Hay otras posturas intolerantes más acordes con los tiempos que corren. Más mainstream. Como,  por ejemplo, ser antidieta. Si, es exactamente lo que parece.

Yo me declaro orgulloso militante del movimiento antidieta. Claro que no es la dieta en sí misma lo que me produce rechazo. Sino la gente que la sigue. Tener un allegado que afirma estar a régimen es como tener uno que dice que ha dejado de fumar, cuando en realidad solo ha dejado de comprar tabaco.

«—¿Tienes un cigarro?
—Si. Gracias por preocuparte.»

En este caso tenemos a un señor que se ha propuesto pasar más hambre que el primero que descubrió que los caracoles se podían comer por diversas razones. Interactuar con estos individuos puede llegar a ser incluso peligroso. Se empieza por «oye, ¿vas a comerte esa mancha de ketchup de tu camisa?» y se acaba con:

«Día 4 de la dieta:
Mis congéneres empiezan a encajar en categorias como «alimento» y «presa»

Así que ya sabeis, no os riais del amigo gordito porque que pide una Coca-Cola Light cuando vayais a comer por ahi; podríais ser su postre.

Ya que estamos en un restaurante, otra cosa que me produce intolerancia es la lactosa esta moda de pelar las gambas con cuchillo y tenedor. La última vez que lo intenté se la comió el de la mesa de al lado.

Tampoco tolero a la gente que se despierta de mal humor. Esa gente que pueden ser pedazos de pan durante el día. Pero sus despertares son… complicados.

«—Toda la noche conduciendo sin dormir, ha merecido la pena por ver esa carita.
—¿Traes churros?
—Eh… no. Es que…
—Ve a por churros.»

Hay que entenderles, pues ellos no tienen la culpa de ser como son. Por eso yo, en mi infinita tolerancia, intento no hacer mucho ruido por las mañanas mientras dejo caer la mesita de noche sobre su cara (buscando clavar esquina). Por cierto, y a colación de esto último. Tampoco tolero la violencia.

«¿Ya estas otra vez jugando al Call of Duty? Desde luego, así estáis de asalvajados todo el día viendo violencia y muerte y… ¡Anda, son las cinco! Quita la consola niño que empiezan los toros.»

Ah… Los toros. Todavía me sigo riendo cada vez que alguien dice «si no existiera el toreo, los toros se extinguirían». Ya sabéis, esa gente que se expresa de una forma tan locuaz que su lógica no admite recurso alguno.

Habla más alto, que todavía no tienes razón.

Cuando oigo a esta panda gente, no puedo evitar imaginarme a Dios dirigiéndose a los dinosaurios.

pequeños animales…

(porque Dios tendría la voz así como profunda)

hermosos y majestuosos como os he creado, vuestro tiempo en la tierra ha expirado. De modo que despedíos de la vida, porque voy a dejar de torearos»

Tampoco soporto a la gente que hace preguntas tontas.

«EN LA OFICINA DE TURISMO:
—Hola, ¿Me da un mapa?
—¿De aquí?
—No, de Narnia. Con los armarios indicados por favor.»

(Tampoco tolero a la gente que responde irónicamente)

La verdad es que, releído este texto y a pocos minutos de publicarlo, me doy cuenta de que no soy tan tolerante como creía. Claro que en este mundo nadie lo es.

Pedir tolerancia es pedir demasiado en un mundo en donde ponemos sabores de todo tipo a lubricantes y preservativos mientras que las galletas integrales siguen sabiendo a corcho.

Cualquiera puede pensar que mi problema es que no tengo muchas ocasiones de usar este tipo de productos eroticos y por eso no soy capaz de entenderlo. ¿Y a vosotros que os importa mi vida sexual? ¿Qué os importa que cada vez que compro preservativos el farmacéutico me advierta de que caducan en cinco años? Mira que os dejo de tolerar ¿eh?

Me declaro también intolerante a los niños malcriados. Cuando veo a un niño tirado en el suelo de unos grandes almacenes en medio de una rabieta que se asemeja más a una posesión demoníaca, porque su madre no le ha comprado lo que quería,  me invade una gran sensación de desconcierto que solo se me pasa cuando palpo el preservativo de mi cartera.

Pero si hay algo que me cause aún más reprobación que el niño en cuestión es la sorprendente habilidad que tienen sus padres para ignorar su perreta completamente. Yo cuando veo este alarde de auto control me gusta transmitirles mi admiración en el mismo tono que ellos usan.

«¡Oh! Señora mía ¡Vaya pulmones tiene su hijo! Y usted, ¡Qué gran educadora debe de ser al no permitir que su retoño haga mella alguna en su carácter con semejante comportamiento! No obstante, y todo ello en virtud de la ciencia, ¿me permite comprobar cuántos raquetazos de canto soporta la cabeza de su querubín?»

En fin… Vaya cafre estoy hecho. Empiezo una entrada alabando las virtudes de la tolerancia y aprovecho para dar rienda suelta a mis miserias. Os pido perdón. Pero ya que estoy, tampoco soporto a la gente que lee mis entradas y no lee también los increibles comentarios que me dejan los lectores. De verdad que sois los mejores. Un saludo.

OFF TOPIC

Hoy, según la app de WordPress, ya hace un año desde que alguien me convenció para empezar con esto de los blogs. Sinceramente, nunca pensé llevar miles de visitas en menos de un año ni muchísimo menos. Máxime cuando sólo llevaba unos meses y no pasaba de 5 o 6 personas de mi cercanía que «se pasaban a ratos» a leer mi sarta de tonterías.

Tampoco esperaba conocer a las maravillosas personas que he encontrado aquí, ya sea por medio de los comentarios o a raíz de la misma app, que posibilita el seguir y que me sigan otros blogueros (si alguien conoce alguna forma de que te sigan no-blogers le agradecería que me la dijera, pues muchos amigos intentan seguirme o suscribirse pero la pag no les da esa opción).

No es que sea muy dado a celebraciones de este tipo porque tampoco tienen gran importancia. Pero desde aquí daros las gracias como he hecho en otras ocasiones por la atención, el cariño y sobre todo por los comentarios que me habéis regalado desinteresadamente y que con tanta ilusión leo. Confío en seguir con esto mientras siga recibiendo vuestros ánimos. Un abrazo.

Eze

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EL HIPSTER ENCUBIERTO

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Lo primero es lo primero: si algún ciego lee esto, que sepa que está curado. Dicho esto, comencemos.

El otro día fui a tomar café a un Starbucks (qué diablos, ya terminaré  de pagar el coche otro año). En enclaves como este corres ciertos riesgos que no corres en un bar normal. Como quedar atrapado en la barba de un Hipster o que se te caiga su máquina de escribir encima.

Se que acabáis de hacer una breve pausa para releer lo último y, agarrándoos desesperadamente a las crines de la cordura, habéis sacado la aventurada conclusión de que lo de la máquina de escribir es una broma de las mías.

Ojalá…

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Si hay algo seguro en la vida, es que los extremos nunca son buenos. Eso y el hecho de que los hombres no sabemos comprar compresas.

«—Puri, estoy en Mercadona. ¿Qué compresas querías?
—Ultra normales de noche sin alas. Pregunta a una dependienta.
—…
—Pero, no llores, Paco.»

El problema es que no paramos de darle patadas a los extremos, arrojándolos más allá de la línea de tiza anteriormente fijada y haciéndolos más y más extravagantes. Hay modas que tienen una cierta utilidad -por no decir excusa- pero señores, ¿en serio?

¿Qué puede escribir un Hipster en una máquina de escribir a parte de una lista sobre las estupideces que hacen en nombre de destacar de alguna manera?

Imagino que la de llevar una máquina de escribir a todos sitios esta tachada ya. Quizá es para no olvidarse de comprar algo…

«—Toda la noche despierto vale la pena si al llegar a casa veo esa carita tan linda que…
—¿Traes churros?
—Em… No…
—Ve a por churros.»

Hay que tener serio cuidado con lo vintage. Uno cree que es una tendencia inofensiva, pero puede ser un vórtice temporal de lo más peligroso. El otro día me até un jersey alrededor de la cintura y subitamente me llegó una llamada perdida de 1996. Son estos los aspectos de esta tendencia que me mantienen obnuvilado.

Como ya sabéis, cuando se me mete algo en esta almendra que tengo por cabeza no me lo saco hasta que no lo concluyo. Es lo que tiene la perseverancia.

«—¿Su mayor virtud?
—Soy perveserant… perv… pers… perserev… per… perse…
—Ya, le he entendido
—Perve…Perese… pers… pe…»

Así pues, me he propuesto infiltrarme en el mundo hipster como un agente encubierto que se hace pasar por el acólito de alguna secta demoníaca con el fin de investigarla desde dentro.

«—Y Cthulhu el innombrable emergió de aquel océano de pestilencia…
—Paco, deja a mi madre cagar en paz!
—Y sus acólitos le custodiaban…»

Para llevar a cabo con éxito la misión que me había autoencomendado necesitaba contemplar primero una serie de detalles de vital importancia que supondrían a buen seguro la diferencia entre la vida y la muerte. Para el que ose seguir mis pasos, le recomiendo encarecidamente que eche un vistazo a una de mis entradas, en concreto LOS HIPSTER Y SU MODA PSEUDOVINTAGE que podéis leer pinchando en el título. Allí encontraréis una serie de pautas que os serán de gran ayuda en el camuflaje. Y eso que yo soy malo para el camuflaje. No me escondo para decirlo.

De acuerdo con dicha entrada uno de los aspectos que más define a un Hipster es la barba. Pero yo no tenía. ¿Cómo podría ingresar en la comunidad pseudovintage sin una hermosa mata de vello facial?

Pues ni idea. Así que hice lo que todo hijo de vecino debe hacer. Fui al registro civil a preguntar. Después de una breve espera de no más de una hora y media me acerqué al mostrador a explicar mi problema. La señorita me dijo sin levantar la vista ni una sola vez que no había tal problema.  Que siempre que cumplimentase por triplicado el modelo de escrito 143/C y me presentase con gafas de pasta, pajarita y unas Jordan del 86, podría inscribirme ya mismo como hipster, y que contaba con un plazo de 10 días hábiles para presentar mi barba o fofotocopia compulsada de la misma. Así mismo tendría que superar un examen tipo test cuyo tema principal era la BIBLIA HIPSTER (pincha aquí)

Me despedí pletórico de alegría y me dirigí a unos grandes almacenes dispuesto a adquirir los citados artículos. El problema era que no disponía del capital necesario para pagarlos  (recordemos que había ido a un Starbucks). En un arrebato de operatividad ante la visión del posible fracaso de mi aventura antes de su comienzo, me dispuse a conseguir mis tesoros fuera del amparo de la ley. Así que tuve que hacer uso de mis recién descubiertas habilidades de agente secreto y hurtarlos sin ser visto.

Al menos ese era plan. Pero las vicisitudes de la vida, ya sabéis. Alguien del personal, un tal STAFF, alertó al guardia de seguridad de la ausencia de una serie de objetos que componían mi botín. Ante este problema, el segurata tomó las diligencias pertinentes: se puso en la puerta del recinto y proclamó un sonoro «¿Quién se ha llevado una pajarita, unas gafas de pasta y unos mocasines?»

Aquella era sin duda una ocasión perfecta para poner a prueba mi temple como agente secreto. El guardia estaba dando palos de ciego. Su táctica se trataba de golpear el árbol hasta que cayese una pera y tan solo era cuestión de mantener el tipo.

El problema surgió cuando algo en mi subconsciente, por no decir mi conciencia, me hizo una jugarreta y no se me ocurrió otro comentario que: «¿Robar yo? Vamos hombre… ¡a mi que me rehipster

Así que ahí estaba yo, sin barba, sin artículos vintage y con la condición de persona non grata en Pull&bear recién adquirida. La misión parecía condenada al fracaso. La logística había fallado, el presupuesto militar había fallado.

Mi plan operativo no estaba preparado para estas carencias así que hice lo que cualquier guerrero curtido en la batalla. Rebusqué dinero entre los cajones de mis padres.

La búsqueda fue negativa en cuanto a calderilla, pero positiva en cuanto a otras cosas; mi padre ya ha llegado a esa edad en la que no se tira nada a la basura, sino que se guarda en los cajones. Dicha edad esta comprendida entre la de dejar de poner las manos por delante cuando te caes de bruces y la de contar la misma historia 189 veces.

Cuando tu padre tiene el síndrome de Diogenes la costumbre de guardarlo todo «porque nunca se sabe», se te presenta un abanico de posibilidades tan grande como el de elegir fondo de pantalla para el ordenador cuando eres soltero. Esta era una de esas cualidades que en un principio criticaba, pero por razones meramente de principios: me sorprendía e indignaba sobremanera que mi madre, obsesionada con la limpieza le permitiese ese tipo de licencias.

A ver, nada más lejos de mis intenciones el criticar a una madre, el único ser capaz de caminar sobre el suelo recién fregado sin que se note. Pero nunca entendí esa doble moral, esa hipocresía.

En un cajón de tu padre puedes encontrar, previa vacuna antitetánica, los objetos anteriormente mencionados, amen de otros más. Eso sí, no encontré unas playeras Nike Jordan del 86, aunque sí que habían unos cordones amarillo fluorescente que vinieron de regalo con un bote de detergente (valga la rima).

También encontré, entre otras cosas, tres candados, unas catorce llaves que no abrían ninguno de los candados, una botella con forma de virgen en la que se suponía que había agua bendita (la dejé donde estaba; por más que la busqué desde varios ángulos no encontré la fecha de caducidad) y una linterna de pila de petaca.

Una vez arreglados los papeles, adquiridos los items, y con la mirada fija tras mis Aviator de cristal marrón me dirigí al Starbucks más cercano, más tenso que un ñu bebiendo agua.

Si queréis conocer el desenlace de mi aventura estad atentos al segundo capítulo de EL HIPSTER ENCUBIERTO. Os dejo por ahora. Que me…  me………….. me voy a dormir (Dios…  Otro bostezo como este y me hago reversible).

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LA GENTE MAYOR

«Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir más tiempo»

          Charles A. Sainte-Beuve

Hoy voy a hablaros de un gran colectivo cada vez más numeroso según los últimos estudios debido a la falta de natalidad y un aumento de la longevidad general: la gente mayor. Al decir esto me siento como Manuel Torre iglesias, presentador del programa Saber Vivir dedicado a la salud y los buenos hábitos para mantenerla. «Mi gente mayor -decía- mi queridísima gente mayor«. Siempre me resulta impactante ver a un señor mayor dirigirse a su propia quinta como si no formase parte de ella.

El gran Pepe Colubi decía que este señor (M. T.) planeaba dominar el mundo. Que estaba adiestrando una raza de superabuelos sanos y fibrosos que sólo comen verdura, que a penas duermen y son capaces de cubrir grandes distancias a pie armados con muñequeras medidoras de tensión. Colubi aseguraba que algún día nos arrepentiríamos de infravalorarlos.

Javier Cansado, gran humorista parte de la pareja cómica Faemino y Cansado, por su parte aseguraba:

«El día en que los viejos entiendan que no tienen nada que perder, dominarán el mundo»

En fin, muy fan de Manuel Torreiglesias. Para nuestros amigos que no conozcan su gran labor, aquí os dejo una foto de nuestro héroe con uno de sus amigos de la infancia.

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Lejos de lo que pueda parecer después de leer algunas de mis entradas en las que toco el tema de la tercera edad como en conducir, yo adoro a la gente mayor, mi queridísima gent… ¿¡Veis¡? ¡es qué no puedes evitarlo! ¡qué grande eres,  Torreiglesias!

Como decía, soy un firme defensor de estas sabias y menospreciadas personas y creo que hay que apoyarlas y ayudarlas. Yo lo hago a menudo, y es porque disfruto mucho ayudando a la gente mayor.

Una de mis prácticas favoritas para con mis mayores es ayudarlos a cruzar. El problema es que hay algunos que todavía no saben que quieren cruzar. Ellos se suelen negar pero yo imagino que es por cosas de la edad que se les va la cabeza y eso.

Se les va tanto que muchas veces justo después de cruzarlos van los muy pillos y vuelven a cruzar. Menos mal que me gustan los retos…

Algunos me miran mal. Pero yo me lo tomo con filosofía. Yo no hago estas cosas por los agradecimientos. Y si, es de bien nacido ser agradecido, pero mi inteligencia está muy por encima de esos nimios rencores ¿qué le vamos hacer si son todos unos malnacidos?

Un aspecto que no sólo no comparto, sino que además no permito que se atribuya a la gente mayor es la falta de cultura. Máxime cuando a muchos de vosotros os quitan el autocorrector y no sois naide.

«¡Como encuentre al carbón que me ha reactivado el fruto autocorrector le corto los cojines!»

Por otro lado, y aún manteniéndome defensor de las virtudes de la tercera, tengo que decir que ya no hay abuelos como los de antes, que a las diez de la mañana ya llevaban tomados dos carajillos, un coñac y dos sol y sombra. Ahora a lo sumo se toman un Danacol: otro de esos yogures de beber diminutos que al parecer tienen cada uno una finalidad distinta relacionada con el colesterol, las defensas, etc. pero que a mi juicio salen todos de la misma cuba, en donde han echado los yogures caducados y los han rebajado con agua para que no se note, brindándoles a estos pobres lácteos otra oportunidad para pasar por nuestros intestinos.

Y es que los abuelos ya no son lo que eran. A mí mi abuelo jamás me dio un caramelo Werther’s Original y estoy seguro de que a él tampoco se los dio su abuelo como decía el del anuncio.

«—Aún recuerdo cuando mi abuelo me daba mis Werther’s Original. Igual que ahora te los doy yo a ti.

—Caballero, le repito que no le conozco, suelte esa caca de perro o al menos aléjela de mi, por favor»

Es más, teniendo en cuenta cómo sacaba mi padre la «mano a pasear» y habida constancia de que su padre lo hacía mucho más, por esa regla de tres lo único que recibiría mi abuelo de su abuelo serían martillazos en la cabeza.

Mi abuelo era un artista también. Siempre me decía «ustede lo chiquillo de ahora na más que valen pa hacer el mal» y se iba. Luego sacaba otra vez la cabeza por el marco de la puerta y repetía «¡EL MAL!» y ya se iba a beber (dato real).

Y es esta predisposición que tenían mi abuelo y su homónimo a arreglarlo todo con el látigo cinturón, la que nos lleva a abordar el siguiente tema: las manías de la gente mayor.

La gente mayor, en adelante GM (pronunciarlo en vuestra mente como yemmmh, muy importante la h al final, que representa al último aliento de vida), tiene una serie de particularidades bastante significativas que nos ayudarán a identificarlos.

Los GM’s tienen, entre otras, la curiosa manía de decir que los jóvenes de hoy en día despilfarran su vida, poniendo esto por una lastima. Y lo hacen desde la barra del bar de la asociación de vecinos donde pasan entre 6 y 8 horas diarias.

Amigo GM (esa h, que no se oye), lo nuestro es una pena, pero más pena es lo vuestro, que os queda menos tiempo. Las a estadísticas van en vuestra contra así que vosotros sabréis…

«—Qué bien te habría venido una mili de las de antes…

—¿Qué has dicho?

—Nada abuelo, nada.»

No es recomendable reírnos de la gente mayor. No sólo por las razones lógicas de respeto y educación. Sino porque todos,  en el mejor de los casos, acabaremos así. Por mucho que a los 40 empieces con el running nada te salvará de llegar a la tercera edad salvo la muerte,  que por otro lado intentas evitar a toda costa haciendo ejercicio; un círculo vicioso.

Yo por mi parte creo que ya me estoy haciendo mayor. He empezado a pensar cosas, como en que me pasaría el día dándoles de bofetones a los chavales hasta ponerles las dichosas gorras derechas. En fin, no se si me hago viejo, pero está claro que soy hijo de mi padre.

Este es un tema delicado para mí. Pero no porque tenga tanto miedo a envejecer que siga llamando «seño» a la profesora de la universidad, sino porque me hago cargo de la ignorancia de la gente respecto a los ancianos, pues se ríen de ellos como si ignorasen que tan sólo son un reflejo de su propio futuro.

Así pues, Cuando vayas a una discoteca con tus veinticinco añazos, no es recomendable preguntar entre risas qué hace ese señor que roza la cincuentena sentado a la barra mirando su ron con Bitter Kas, pues es muy posible que simplemente te esté calentando el puesto.

APRENDIENDO A ACEPTAR EVITAR LO INEVITABLE.

Por último, quiero ayudaros a aceptar el final evitar entrar en la vejez antes de tiempo. No os preocupéis, he estado buscando por internet la friolera diez minutos y he descubierto que la vejez es en cierta manera prorrogable. Hay ciertas pautas de comportamiento que debemos evitar si aún no queremos salir de la segunda edad:

-Decir «aaaaaay» cuando nos levantamos del sofá.

-Decir «es la primera vez que me siento en todo el dia»

Admitir que tengas problemas en la vista, el oído, etc. Siempre has de tener una escusa preparada para esas situaciones:

«—Del uno al diez, ¿cuál es su nivel de sordera?

—Si.»

Dejar de poner las manos delante cuando do te caes de bruces. No se a que edad empieza esto, pero los mayores desarrollan cierta predisposición a aterrizar con la cara.

Decir «la noche es joven»  a las 20:30. Es más, mejor no lo digamos nunca.

Intentar engañar al personal esforzándonos por utilizar léxico de cuando eramos más jóvenes, así que ya sabéis, cuando vayáis a la discoteque, hablad d’abuten. De esas palabras molonas nasty de plasty, ¿okidoki?.

Revelar a alguien lo que había antes de lo que está. Ejemplo: «antes de este centro comercial, todo esto era una plantación de plataneras».

Mirar el tiempo meteorológico: Cuando tenemos 30 años el tiempo es eso que pasa cuando estás fuera -cuando eres vigilante de seguridad el tiempo es eso que pasa de la cámara 1 a la 17-. Pero a partir de cierta edad empezamos a planificar el día siguiente en función del tiempo. «hoy no salimos que va a llover»; «mañana vamos al mercado en vez de al centro, que va a hacer calor.» Estas planificaciones tendrían su sentido si pretendiésemos coronar el Everest o ganar el París-Dakar, pero no para el día a día a menos que seas mayor.

Tardar más de 10 minutos en el cajero.

Conducir como si nuestro coche solo tuviera dos marchas: la lenta y la lentísima.

Bailar con los niños en las bodas.

Todo esto lo he encontrado en 10 minutos. Lo que nos da una idea aproximada del terror general que hay a envejecer. Pero amigos, no deberíamos temer llegar a viejos. La muerte, esa fuerza implacable de la realidad,  todopoderosa, que alcanza a ricos y a pobres, al joven y al valiente. El tribunal final al que todos tenemos que dar cuenta. Tarde o temprano nos alcanzará, tengamos la edad que tengamos.

A mi parecer, envejecer es magnífico. Pues es la única manera de mirar a la cara a esa fuerza omnipotente que es la muerte y decirle «¿a qué coño estabas esperando, HIJA DE PUTA?»

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LA BIBLIA HIPSTER: Tomo Primero. Los 10 Mandamientos Hipster

Tomo primero del Testamento
De San Benancio. Patrón de las descargas que en gloria esté.

Por los siglos de los siglos esté en gloria San Benancio. Pues él nos trajo la buena nueva digital cuando tuvo a bien contratar ADSL 12 megas a 29’95 (impuestos indirectos no incluidos) y dejar su router abierto. La palabra del WiFi (Wi-Fi para los ebreos) llegó a nosotros gracias a él en una época oscura en la que los Hipsters, celosos devotos del WiFi, sólo podían acceder a su palabra a través de almas caritativas como Starbucks, tiendas Apple y esa gente que tiene por contraseña «1234567».

Porque el WiFi es Dios, y Benancio es su profeta.

Dos tablets trajo San Benancio del Monte de Jazztel. En ellas estaban escritos, en PDF a doble espacio y en fuente Times New Román, los Diez Mandamientos del Hipster.

1. Adorarás al WiFi por encima de todas las cosas.
2. No robarás WiFi.
3. Honrarás a tu padre y a tu madre, pues de él son las Ray Ban Aviator del 83 que llevas, y de ella la diadema de plástico que regalaste a tu novia Hipster de sien rapada.
4. No tomarás el Café en vano.
5. No matarás, salvo a quien critique la música Indie .
6. No te afeitarás.
7. No dejarás que la batería del iPhone baje del 10%.
8. Te aferrarás a la tecnología y los gadgets mientras te empeñas en vestir como alguien que los rechaza.
9. Buscarás en Google el significado de la palabra «mainstream»
10. Usarás la palabra «mainstream» al menos diecisiete veces al día.

Oremos todos, cantemos el Salmo de San Benancio:

«San Benancio, San Benancio
De la Palabra portador
Gloria al Salvador San Benancio
Generoso benefactor

En un archivo con su nombre
Los Mandamientos compartirá
Descargalos con Utorrent
Descomprímerlos con Win Rar»

San Benancio tope guay
San Benancio es tope Hipster
San Benancio es darle Like
San Benancio es suscribirse.»

Aquí termina el Tomo Primero del Testamento de San Benancio. La paz sea con vosotros, colocaos la pajarita, rebobinad las cintas y no dejéis enfriar el Café

Amen

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MASCOTAS Y DUEÑOS: esos seres estúpidos e irracionales, y sus perros.

«Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer.»
                      Groucho Marx

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Perdonad que haya tardado en colgar otra entrada. Mi perra (en la imagen) está deshaciéndose del pelaje invernal y he estado bastante ocupado cepillándola. Lo malo es que he acabado bastante cansado; lo bueno es que he sacado suficientes repuestos como para fabricar al menos tres Huskies enteros.

«A Buzz Lightyear le prestaba yo a mi perra para que la paseara hasta que hiciese sus necesidades. Se iba a enterar de lo que es hasta el infinito y más allá…»

Porque, reconozcámoslo: pocos sentimientos de libertad son tan puros como el que nos embarga cuando sabemos que nuestro perro ha terminando de hacer sus cosas. Ahora ya podemos hacer lo que queramos. Nos sentimos tan libres como si fuésemos nosotros los que nos hemos aliviado.

Los perros son maravillosos. Pero sus dueños lo son aún más. Ayer mismo ayudé a cruzar a un ciego con su perro guía. Fue una experiencia maravillosamente reveladora. Lo malo es que tendremos que esperar a ver la raza que sale de este cruce.

En serio, tener un perro es un compendio de experiencias que no se consiguen con otro animal. Claro que no hay mucho donde elegir; por ejemplo los peces, que aún no tengo claro si cuentan como mascota o como decoración. En el caso de los gatos me queda más claro, pero no mucho más.

Tener un perro te da muchos momentos buenos. A parte de los que tú te esfuerzas en recordar como buenos como dormir con ellos y creerte que duermes bien cuando en realidad te pasas la noche procurando no mover un músculo porque sabes que a la mayor molestia tu mejor amigo se va a pasar al suelo.

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Vaya todo ésto por delante, he estado pensando en un tema: Hay un extenso catálogo de razas perrunas. Y digo yo, ¿por qué no hay uno de razas humanas?

Tranquiiiiilos no me tacheis de facha, corrais detrás de mí en sandalias, y me dispareis florecillas y cartones enrollados sobrantes de filtros de porro. Me refiero a un [insertar redoble de tambor aquí].

BESTIARIO DEFINITIVO DE RAZAS DE DUEÑOS DE PERROS [insertar banda sonora de Star Wars aquí].

DUEÑOS PRIMERIZOS (canidus novatus)
A estos pobres se les ve a la legua. Llevan la correa más tensa que la cuerda de una guitarra ya paseen un Chihuahua o un San Bernardo. Tienen miedo de todo: Miedo de otros perros, miedo de los coches, miedo de lo que su propio perro pueda hacer…

Ver la cara de un dueño primerizo cuando recoge la primera deposición del animal puede ser suficiente para definir perfectamente si es de esas personas que pueden tener mascota o no. Aprovechamos este marco para comentar que recoger la caca de perro es un acto civilizado, recomendable y admirable. Siempre que tengas perro, y siempre que no te la lleves a casa…

Como decía hay gente que NO está preparada para cuidar de una mascota.

«—Buenas. Gasolina sin plomo de 98,por favor
—Es su primer caballo, ¿verdad?
—No crea, ya se me han muerto tres»

DUEÑO PASOTA (amus indiferentis).
La tranquilidad que este dueño es capaz de mostrar mientras su perro de 60 kilogramos corre hacia ti es admirable. Al grito de «¡SI NO HACE NÁ’!» Resta importancia al asunto aunque su perro sea uno de esos ejemplares a los que les lanzas un palo para que vayan a buscarlo y te traen un parachoques.

«—Disculpe, ¿podría atar a su perro?
—¿Por qué, si es muy bueno y no hace na’?
—Entiendo. ¿podría al menos ayudarme a salir de su boca?»

DUEÑOS MATERNALES: (Canis Raritus)

Todos hemos conocido a ese perfil de amo que insiste en poner al animal a la misma altura que cualquier miembro de la familia, y en algunos casos incluso más arriba. Son ese tipo de personas que dicen «Trosky, no comas eso porque no es para perritos y te puede ocasionar una obstrucción intestinal» mientras que a su hijo se limitan a decirle «No, porque lo digo yo».

«—¿Tú  a quién quieres más cielo, a Mamá o a Papá?

—Guau.»

ENTRENADORES FRUSTRADOS (cesarmillanis loscojonis)

A estos Cesar Millan autodidactas que creen saber todo acerca de los perros sólo por haberse tragado de un tirón todas las temporadas de El encantador de perros los identificaremos de forma muy sencilla.

Esgrimiendo un sonoro «¡sssshhhh!», este señor ya tiene la situación controlada. Quizás sea esa la razón que hace tan graciosa su cara cuando, después de haber dado una orden ejemplar a su esclavo -porque así es como tienden a tratar a su perro-, éste por toda respuesta se retira corriendo en busca de un ano que oler.

«—¿Qué haces aquí? ¡Te voy a reventar!
—¡Yo si que te voy a reventar hijo de… ¡Anda! Bonito ano. ¿Puedo olerlo?
—Por supuesto. Por favor, sírvase. »

           (Dos perros conociéndose)
Más divertido aún es comprobar la metamorfosis que sufren las facciones de estos eruditos cuando su expresión salta de la vergüenza al miedo y vuelta conforme su perro va ganando distancia y acercándose a la autopista.

Es entonces cuando su infalible «sssshhhh» pasa a ultrasonidos. Hay informes de gente capaz de decapar la pintura de la chapa de un coche de tanta fuerza que le imprimen a esta llamada de atención.

DUEÑO DE PEGA (subnormalis)
Esta variante no debería existir. De hecho me da tanto asco hablar de esta gentuza que voy a resumirla en la siguiente frase:

«Me voy a gastar setecientos euros en un perro de raza para hacerle tres mil fotos al día y no sacarlo a pasear.»

Es increíble las excusas tan estúpidas que llegan a dar estos fantoches y fantochas a la hora de deshacerse de sus mascotas. Uno me dijo una vez que le vio una pulga, y que es alérgico a las mismas.

Los perros son perros, y a veces tienen pulgas, ¿o creías que el tuyo no porque te había costado 700 euros?

Y es que hay gente que no se detiene a pensar en los contras de tener una mascota y adoptan sin pensar. Esta tendencia es más antigua de lo que creemos:

“—Papi, quiero una mascota.
—Te he dicho que no.
–¡Ay Noé, que extricto eres con el niño!
—¡Ainssss! Está bien. Mete todos los animales que quieras…“

No nos confundamos señores. Esto no es ninguna broma. Hay gente que debería tener que pedir un permiso judicial para tener perro. Bueno…  mejor olvidemos esto último, no vaya a estar un miembro del gobierno leyendo y vea otra forma de sacarnos dinero. Pero qué digo, ¿un político leyendo este Blog? Es más, ¡¿un político leyendo?!

Volviendo al tema, Los perros no son tontos. Quizá no son tan listos como a mi me gustaría, ya que sería curioso tener un perro al que le preocuparan los antioxidantes de sus latas de comida. Pero desde luego no son tan estúpidos como para no darse cuenta de que su amo lo tiene porque la moda es tener un Bulldog Francés.

El Bulldog Francés: un perro que tiene un ataque de asma crónico.  Si Dios existe, estoy seguro de que no quiere a este perro: están amenazando con morirse desde el momento en que nacen.

«el mayor rasgo evolutivo del perro es simular normalidad mientras le recogen la mierda»

                            Pepe Colubi

Lo único que me queda claro sobre los dueños de los perros, a parte de lo dicho, es que son los responsables de un perro sufra o sea feliz,  así como de que este ocasione alegría o sufrimiento.

Antes de cruzaros a la otra acera porque veis acercarse un Pitbull, un Bullterrier o un Stafford, no busquéis peligro en el animal, sino en su dueño.

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