El autor de esta entrada se halla en el deber de advertir al lector que está a punto de toparse con ciertas palabras malsonantes con cierto potencial para herir su sensibilidad. Sobretodo si es usted un puto santurrón blandegue y casi con toda probabilidad homosexual.
Hay una especie de justicia poética en que la primera palabra que te viene al quedarte sin papel higiénico sea: «¡Mierda!»
Las palabrotas llevan con nosotros desde tiempos inmemoriales. Fuera cual fuese la primera palabra que se dijo en el mundo, no cabe la menor duda de que ese día tan especial no acabo sin que se dijera alguna palabrota.
Si nos detenemos a averiguar el de la primera palabra malsonante nos encontraremos con una empresa condenada al fracaso. Sin embargo no es tan difícil suponer que ha habido una serie de momentos que, por la frustración en ellos reinante, pudieron ser el origen de muchas expresiones de dudosa honra como las que nos atañen. Uno de estos momentos duró más de medio siglo:
LA LATA QUE PROVOVOCÓ QUE EL NIÑO JESÚS LLORASE
Estamos en 1810. El gobierno francés lleva a cabo una campaña en busca del mejor método para la conservación de la comida en campaña (los camiones de tomates no valen). Entonces aparece un señor muy listo y muy práctico con un bote bajo el brazo. Así hace acto de presencia la famosa lata de conserva. Como diría Iker «pulseritas» Jiménez, hasta aquí todo normal.
Los soldados francos verían, gracias a esta maravilla moderna, una sensible reducción en su índice de enfermedades derivadas de comer comida en mal estado y su dieta se volvería más agradable al paladar. Pero siempre hay un punto negativo en toda historia. Y es que el abrelatas no fue inventando hasta casi cincuenta años después.
No hace falta ser muy perspicaz para imaginar la cantidad de improperios que nacieron por no tener abrelatas; santos y santos bajados del cielo sin contemplaciones ante la imposibilidad de los hambrientos guerreros de abrir el botecito de las narices. Una auténtica algarabía de palabras horribles como las de la elfa del Señor de los Anillos llamando a un río de caballos de agua.
Cierto es que el ser mal hablado no te abrirá muchas puertas en la vida, a no ser que digas «Abre, coño» (Bueno, igual esa frase tiene otras acepciones que no tienen cabida en un Blog culto e inocente como este). Pero no deberíamos condenar el uso de las palabras malsonantes solo por el mero hecho de serlo.
VULGARIDAD VERBAL COMO ALTERNATIVA AL PROZAC
No se trata tanto de un problema de educación como de una cuestión de necesidad. Aunque no está comprobado científicamente, un martillazo en el dedo duele menos con un «¡Joder! » que con un «¡cáspita!». Esto es tan verídico y efectivo como que el hombre espera y la mujer… hace esperar.
«—María. He conseguido mesa para aquel restaurante que te gustaba.
—¡Bien! Voy a vestirme.
—Es para dentro de 3 meses.
—¡¿Ya estamos con las prisas?!»
Señoras y señores del jurado, el desahogo que aportan las palabrotas no lo pueden aportar ni las drogas. Ocasiones como esa en la que te preparas la cena perdiéndote la película porque no llegan los anuncios, al final te sientas frente a la tele con tu cena… y cenas viendo los anuncios. No me digáis que el asunto no merece al menos un «¡me cago en…».
También sirve para esa época de tu vida en la que te dan ganas de afilar el palo con el que tocas a la gente. Como cuando el guardia de seguridad de la oficina de empleo te dice en un arranque de originalidad «quieto parado». Debería ser legal poder insultarle.
¿Qué otra cosa que no sea una palabrota puedes liberar a la atmósfera cuando trabajas con incompetentes (a parte de tí, quiero decir) que no pueden dejar pasar ni una sola ocasión para demostrar sus «virtudes»?
«—¡GRANAAAADAAAA!
—… Tierra soooñada por miiiii…
—¡Cuerpo a tierra, gilipollas!»
Cualquier ocasión es buena para bajar Santos del cielo. En casa, por ejemplo. ¿O acaso conocéis vosotros a algún vecino cuyo hijo sepa tocar bien la maldita flauta? Que no es que me caigan mal los vecinos. Yo no soy capaz de odiar a una persona durante más de diez minutos. Cambiando de tema: ¿sabíais que en diez minutos puedes matar a una persona y ocultarla?
Esta es solo una ínfima parte de las razones por las que no debemos criticar el lenguaje soez ni a la gente que lo emplea. Pues todos tenemos a una verdulero dentro. Solo necesitamos una fuente de inspiración que ayude a exteriorizar nuestros sentimientos.
«—¿Es cierto que usted se cagó, y cito, en los muertos pisoteados del demandante así como en la puta idea qué tuvo la zorra de su madre de concebirlo?
—No, Señoría. Lo que yo dije fue ‘Reinaldo, amigo y compañero del alma, creo oportuno indicarte que estas derramando el metal fundido sobre mi espalda y eso, en honor a la verdad, me escuece un pelín’ «.
Sin más me despido hasta otra entrada, amigos. No sin antes compartir con vosotros una duda que atenaza mi alma:
Si cuando al final de ese programa llamado El Jefe Infiltrado, los empleados entran a hablar con el jefe sin disfrazar, pero aún así no lo reconocen como su jefe… ¿para que lo disfrazan al principio?
Twitter=@cansinoroyal