Esta serie japonesa era una de mis favoritas cuando era un enano. Aquellos dibujos japoneses con ojos grandes como platos. Con esa banda sonora extraña, a caballo entre cabecera y marcha militar. Con aquellas rimas cogidas con pinzas que fomentaban tantos errores de interpretación. aquí tenéis la dichosa musiquita
Pero a mí me encantaba. Pasaba las tardes mirando el reloj a la espera de mi ración diaria de caballeros y peleas. Y en cuanto empezaban, volvía a mirar el reloj sabiendo que en los escasos veinte minutos de duración del capítulo a penas iba a avanzar la historia (quitando el resumen del episodio anterior y sus malditos flashbacks con recuerdos inútiles que no aportaban nada a la trama, poco te quedaba de acción). Pero eso daba igual. Seguía siendo mi serie favorita.
Aún con eso, la recuerdo con cierto resquemor. Y esto se debe a que cuando se estrenó en Telecinco, coincidió con mi Primera Comunión.
Algún día os hablaré de mi Primera Comunión. Os aseguro que da para una entrada completa.
Os preguntaréis qué tiene que ver una cosa con la otra. Bien, pues que sepáis que (esto va para los hijos de los que votan a Podemos) antes de hacer la Primera Comunión, había que ir a ciertas clases estúpidas e inútiles denominadas Catequesis. Esta palabra que parece denominar la inflamación o infección de algún órgano es en realidad una serie de lecciones sobre el sagrado testamento. Que te ayudarían a entender mejor la eucaristía. Consistían en la lectura de la biblia, conocimientos teológicos, primera experiencia sexual con el cura y otras lecciónes para hacer la comunión y luego ya te regalasen el dichoso compás.
Bien. El problema que me suponían estas clases era que empezaban diez minutos antes de que terminase el capítulo de Los Caballeros Del Zodiaco. Esto me sacaba de quicio aunque en realidad no perdía el hilo argumental porque eran capaces de estar peleando contra el mismo enemigo durante diecisiete capítulos seguidos.
Además, las peleas eran bastante parecidas. Los personajes no daban ni un puñetazo sin avisarlo a gritos antes. Lo cuál es bastante contraproducente; imagina que estás en una pelea de bar y vas a atacar a alguien al grito de «¡Patada en los huevooooos!»
Tú mismo cometerías un autospoiler permitiendo al rival que se adelantase a tu ataque en un gesto defensivo clásico como clavarte una botella rota en el cuello, por ejemplo.
Como decía, las peleas eran más o menos así.
«Yo soy más fuerte»
«No, yo soy el más fuerte»
«Ataque»
«te he vencido, te lo dije»
«que va»
«Contraataque»
«¿lo ves?, te dije que era más fuerte. Me has subestimado»
«Que no, que no, mira ahora»
«Ataque»
Y así durante diez o quince capítulos.
De todas maneras, y aunque yo prefería enterarme de primera mano viendo el final del dichoso episodio, no había problema. Pues al día siguiente sería el tema de conversación en el colegio.
Antes de llegar la hora del recreo, ya me había enterado de todos los pormenores actualizados de la historia, así como del palmares de victorias y derrotas de cada uno de los personajes. Conocimientos absolutamente imprescindibles antes de salir al patio, pues era entonces cuando se celebraban los «combates».
Estas veladas consistían en que dos o más contrincantes, fingiendo ser caballeros del Zodiaco, combatían hasta el fin del recreo de los tiempos. Estos combates, siguiendo las pautas de los de la serie, solían ser combates a distancia en el que no faltaban nombres de los múltiples golpes así como onomatopeyas por doquier.
Antes de este combate estiloso cargado de dramatismo, se celebraba siempre un primer combate a patadas y puñetazos para decidir quién era qué caballero.
Estos primeros combates solían ser bastante más dolorosos que los segundos, cosa normal por otro lado; al no haber decidió que caballero serías, aun no tenías armadura…
Y es que, como todos recordaréis, todos queríamos ser los mismos personajes, como el caballero del Dragón, el del Fenix, el del Cisne… Nadie quería ser el irónicamente soso protagonista (Pegaso) o el Mariposón de Andromeda.
A no ser…
… que consiguieras una cuerda.
Daba igual si se trataba de la comba de saltar de tu hermana, una cinta de precinto policial o el cordel de los cartones de huevos. Con algo que pudiese pretender ser cadenas, el caballero de la acera de enfrente adquiría bastante popularidad.
Así viví yo y casi todas las personas con las que he tocado el tema para hacer esta entrada las aventuras de los caballeros cabezones y de ojos saltones. ¿Y vosotros?
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