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El HIPSTER ENCUBIERTO 2

Cuando la mayoría de la gente ve esas películas de espías y de agentes dobles que trabajan para ambas facciones enemigas entre sí, saturadas de glamour y peligro, suelen imaginarse a sí mismos en el papel del héroe. Sorteando peligros con elegancia y siendo admirados por el resto de los mortales.

Se preguntan cosas como qué hará ahora, a donde irá con la chica, etc. Yo solo me pregunto cosas como si los agentes dobles, al trabajar para ambos bandos, tienen dobles vacaciones.

«—¿Qué va a tomar, Señor Bond?
—Un Martini con Vodka. Mezclado, no agitado…
—Le aviso de que no hay nadie mirando, señor.
—Ah… Pues ponme un café con leche y dos magdalenas.
—Marchando
—Y ya que estás ahí acércame el Marca.»

Hola, bienvenidos a un nuevo capítulo de mis hazañas adentrándome en territorio Hipster. No olvidéis leer antes la primera parte, que está un poco más abajo. Este relato parte de mis inquietudes respecto a esa nueva tribu urbana que son los Hipster. Me dispuse a desentrañar sus entresijos desde dentro. Y para ello me he formado como uno de ellos. Me he dejado crecer la barba y me he pasado a las gafas de pasta. Pero ni mi repeinado vello facial ni mis telescópicos anteojos me habían preparado para semejante aventura.

Cincuenta y siete minutos pasaban de las seis de la tarde cuando cerré el libro de Gabriel García Márquez. Llevaba más de veinte minutos ojeándolo y preguntándome cuánta gente habría usado este volumen en concreto para complementar la pantomima de quien quiere aparentar lo que no es.

Nosotros en 2015 nos creemos muy modernos con nuestro «postureo», pero esta práctica es la primera del manual de los espías de toda la historia: fingir que uno es lo que no es.

Así pues, allí estaba yo. En un banco del parque frente a un Starbucks en el que había quedado por mediación de un amigo común, con la persona que me ayudaría a ingresar en la secta Hipster. Lo que aquel espantapájaros larguirucho que se acercaba hacia mi posición subido en un longboard y con expresión de eterno aburrimiento ignoraba, eran mis verdaderas intenciones: sacar de una vez a la luz los secretos de esta tribu urbana. ¿Por qué? Porque no tengo dinero para comprarme la Play 4 y en algo hay que entretenerse, ¿qué voy a hacer si no? ¿Estudiar?

La sílfide barbuda se sentó a mi lado. Cogió el café triple (El soborno convenido) como si del cáliz de la fuente de la eterna juventud se tratase y le dio un sorbo. Después de un sincero «aaahhhh», el contacto miró el brebaje. «llevo sin probar un SB desde que perdí mi trabajo en Pull&bear» añadió. Acto seguido se puso en pie, y se llevó el café, no sin antes dejarme un papel doblado bajo mi libro.

En aquel papel había una dirección seguida de unas indicaciones, todo ello escrito a máquina.

«Has de llegar a este sitio sin usar ningún tipo de transporte que funcione a motor, puedes usar mi Longboard. Una vez llegues dirígete al cronista y ejecuta la contraseña escrita al dorso de este papel»

Con la primera parte del plan (logística y caracterización) terminada con éxito, todo indicaba que el resto del mismo iba a obtener unos resultados razonablemente positivos. Consulté el móvil y comprobé que la dirección indicada no estaba a más de medio kilómetro. Así que me subí a aquel inmenso monopatín y me dirigí a mi destino esperando que no me viese ningún conocido y, de ser así, apartasen la vista rápidamente al ver a un maromo de treinta y dos primaveras subido a un longboard.

Intentando mantener el equilibrio, pues a mantener la dignidad ya había renunciado en el momento en que me calcé los mocasines sin calcetines, me dio por pensar en esos treintaañeros que van por ahí en monopatín. ¿Para qué llevais casco? El daño ya está hecho…

En fin, subido a la tabla surqué acera y asfalto pasando por semáforos y… Una cosa: ¿el que haya monigotes en los semáforos para los peatones y no los haya para los coches no es un poco tomar por tontos a los peatones? Bueno perdón, que me desvío.

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Llegué al lugar indicado y me hizo gracia comprobar que se trataba de otro Starbucks (por lo visto algunos son distintos de otros). Cuándo entré al establecimiento comprobé que habitaban en él una mayor cantidad de Hipsters de lo normal; debía de ser su sede local.

El que más me llamó la atención fue un barbudo escribiendo a máquina. Esperando que se tratase del Cronista, crucé toda la cafetería y recité la frase que me habían indicado.

«—La Fnac es mainstream…—dije.
—Pero la de antes era mejor.—espetó él sin desviar la vista de lo que estaba escribiendo.
—Como todo en la vida…—Me apresuré a contestar yo, cerrando con ello el santo y seña»

Debió de juzgar positivamente la conversación, porque retiró del rodillo de la máquina la página en la que escribía e introdujo una hoja en blanco. Acto seguido empezó a preguntarme nombre, dirección…

Apuntó todos los datos falsos que le dí sin mirar más arriba de mi barba. No podía permitir que esta gente supiese donde vivo. Corría el riesgo de que se presentasen en mi casa y sospechasen al comprobar que no tenía tocadiscos. Mis nervios iban aumentando conforme la conversación iba dirigiéndose a temas más escabrosos como grupos de música favoritos. Libros, directores de cine  asiáticos etc…

La cosa había empezado bien. Pero tanta pregunta estaba empezando a agotar mis ya de por sí austeros conocimientos sobre la cultura indie. Y el cronista se había dado cuenta. Lo noté porque su ensayada y perfeccionada expresión de aburrimiento perpetuo estaba demudando en una mueca de desaprobación.

Un detalle que no pasé por alto: Una faceta del postureo Hipster es fingir cierta cultura (aunque te esté sonando a chino lo que escuchas). Llegué a esta conclusión porque cuando el amigo dio las primeras muestras de sospecha yo ya llevaba inventados unos catorce nombres de artistas underground.

De repente el barbudo hizo bruscamente la máquina de escribir a un lado. Todo lo bruscamente que pudo hacerlo en aquella mini mesita de Starbucks sin tirar el aparato al suelo. Y mirándome con suspicacia, escupió:

—¿Quién te ha enseñado la contraseña?

Me había calado. Y no sólo el, varios congéneres que hasta hace unos minutos estaban bebiendo café y parecían dedicarse a ignorar todo lo que les rodeaba levantaron la vista de sus libros de Tolstoy y me miraron fijamente.

Alerta

No sabía que hacer. No tenía ni idea de como responder ante aquella pregunta y empezaba a preguntarme si podría abandonar el recinto sin problemas. Así que resolví recurrir al plan B: seguir con el papel al tiempo buscaba la forma de esfumarse.

Amigos, me vais a permitir que comparta con vosotros una apreciación sobre los planes. Y es la dualidad que representan los llamados planes de emergencia: A la hora de elaborar un plan B debes asegurarte de que este esté, como mínimo, a altura del plan A. Sin embargo, tampoco es conveniente que el plan B haga parecer al A como la idea propia de un estúpido.

No se cuál de los dos era el más acertado. Pero mi plan B consistía en mirar mi reloj calculadora y decir que me iba porque tenía prisa. Para mi sorpresa, dos fornidos bigotudos se había levantado  simultáneamente y se dirigían hacia la puerta en pos de cortarme el paso. El cuál apreté para salir del recinto antes de que eso pasara. Y fue entonces cuando las cosas se pusieron feas de verdad.

Al pasar bajo el umbral de la puerta acristalada de Starbucks una algarabía de indies cabreados estalló dentro del local. Por las cristaleras los veía dirigirse a la puerta mientras me increpaban como una bandada de musulmanes al ver un tobillo femenino desnudo en una mezquita.

Raudo y veloz agarré el longboard y salí corriendo. No sin antes dar una patada a la  primera de las innumerables bicicletas antiguas aparcadas en batería, creando un efecto dominó que dio con ellas en el suelo.

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Lancé el gigantesco skate y salté sobre su lomo, alejándome apresuradamente calle abajo. Al mirar por encima de mi hombro pude ver a los Hipsters intentando sin éxito levantar las pesadas bicicletas de cuadro de acero para perseguirme. Algunos me seguían gritando insultos mientras comprobaban indignados los desperfectos en sus cestas de rejilla.

Sabía que los «Hs» eran gente muy leída. Y no tardarían mucho en tener la idea de levantar las bicicletas una por una entre varios e ir a por mí. Teniendo en cuenta que había elegido una ruta descendente para mi huida, la gravedad no tardaría en jugar a favor de sus pesadas monturas. Así que empecé a impulsar con más fuerza el longboard, que ya rodaba a una velocidad considerable.

Intentaba superarla como si sintiese algún poder dentro de mí que pudiese hacer que el artilugio fuera más deprisa que lo que la física (mi física) podía.

Es esta una curiosa faceta del ser humano: engañarnos a nosotros mismos pensando que tenemos mucho más potencial del que desarrollamos. No se sabe qué es lo que nos convence desde pequeños de que somos una especie de genios en potencia.

Con los años (menos mal) entramos en razón y nos damos cuenta de la realidad. Pero aún así insistimos entendiendo este descubrimiento personal como «darnos cuenta de que hemos perdido el tiempo y que podríamos habernos esforzado más» en lugar de llamarlo por su verdadero nombre: madurar y comprender de una vez nuestros límites.

Yo maduré, pero maduré como la fruta: me caí al suelo y empecé a rodar hasta que acabe en un gasolinera mientras el longboard continuaba su viaje calle abajo. En un arrebato de inteligencia me imaginé a los Hipsters siguiendo al longboard sin piloto. Pero no, para cuando recobré mi verticalidad varias bicicletas setenteras con altos manillares y grandes sillines aparecían calle arriba montadas por barbudos coléricos. Sus gafas de pasta empañadas por el sudor me habían detectado, y habían encaminado su carrera hacia la gasolinera.

Corrí a esconderme en el baño de la estación de servicio. Pero estaba cerrado. ¿Por qué cierran con llave los baños de las gasolineras? ¿Es que tienen miedo de que alguien los limpie?

Así que ahí estaba yo. Sin un escondite a la vista con dos docenas de indies peligrosos acercándose.

¿Quieres saber cómo salí de esta? Estate atento a su desenlace en una próxima entrada ¿no quieres saberlo? Pues en la 3 dan los Simpsons, y por el tono de amarillo de las pieles yo diría que es la séptima temporada

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EL HIPSTER ENCUBIERTO

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Lo primero es lo primero: si algún ciego lee esto, que sepa que está curado. Dicho esto, comencemos.

El otro día fui a tomar café a un Starbucks (qué diablos, ya terminaré  de pagar el coche otro año). En enclaves como este corres ciertos riesgos que no corres en un bar normal. Como quedar atrapado en la barba de un Hipster o que se te caiga su máquina de escribir encima.

Se que acabáis de hacer una breve pausa para releer lo último y, agarrándoos desesperadamente a las crines de la cordura, habéis sacado la aventurada conclusión de que lo de la máquina de escribir es una broma de las mías.

Ojalá…

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Si hay algo seguro en la vida, es que los extremos nunca son buenos. Eso y el hecho de que los hombres no sabemos comprar compresas.

«—Puri, estoy en Mercadona. ¿Qué compresas querías?
—Ultra normales de noche sin alas. Pregunta a una dependienta.
—…
—Pero, no llores, Paco.»

El problema es que no paramos de darle patadas a los extremos, arrojándolos más allá de la línea de tiza anteriormente fijada y haciéndolos más y más extravagantes. Hay modas que tienen una cierta utilidad -por no decir excusa- pero señores, ¿en serio?

¿Qué puede escribir un Hipster en una máquina de escribir a parte de una lista sobre las estupideces que hacen en nombre de destacar de alguna manera?

Imagino que la de llevar una máquina de escribir a todos sitios esta tachada ya. Quizá es para no olvidarse de comprar algo…

«—Toda la noche despierto vale la pena si al llegar a casa veo esa carita tan linda que…
—¿Traes churros?
—Em… No…
—Ve a por churros.»

Hay que tener serio cuidado con lo vintage. Uno cree que es una tendencia inofensiva, pero puede ser un vórtice temporal de lo más peligroso. El otro día me até un jersey alrededor de la cintura y subitamente me llegó una llamada perdida de 1996. Son estos los aspectos de esta tendencia que me mantienen obnuvilado.

Como ya sabéis, cuando se me mete algo en esta almendra que tengo por cabeza no me lo saco hasta que no lo concluyo. Es lo que tiene la perseverancia.

«—¿Su mayor virtud?
—Soy perveserant… perv… pers… perserev… per… perse…
—Ya, le he entendido
—Perve…Perese… pers… pe…»

Así pues, me he propuesto infiltrarme en el mundo hipster como un agente encubierto que se hace pasar por el acólito de alguna secta demoníaca con el fin de investigarla desde dentro.

«—Y Cthulhu el innombrable emergió de aquel océano de pestilencia…
—Paco, deja a mi madre cagar en paz!
—Y sus acólitos le custodiaban…»

Para llevar a cabo con éxito la misión que me había autoencomendado necesitaba contemplar primero una serie de detalles de vital importancia que supondrían a buen seguro la diferencia entre la vida y la muerte. Para el que ose seguir mis pasos, le recomiendo encarecidamente que eche un vistazo a una de mis entradas, en concreto LOS HIPSTER Y SU MODA PSEUDOVINTAGE que podéis leer pinchando en el título. Allí encontraréis una serie de pautas que os serán de gran ayuda en el camuflaje. Y eso que yo soy malo para el camuflaje. No me escondo para decirlo.

De acuerdo con dicha entrada uno de los aspectos que más define a un Hipster es la barba. Pero yo no tenía. ¿Cómo podría ingresar en la comunidad pseudovintage sin una hermosa mata de vello facial?

Pues ni idea. Así que hice lo que todo hijo de vecino debe hacer. Fui al registro civil a preguntar. Después de una breve espera de no más de una hora y media me acerqué al mostrador a explicar mi problema. La señorita me dijo sin levantar la vista ni una sola vez que no había tal problema.  Que siempre que cumplimentase por triplicado el modelo de escrito 143/C y me presentase con gafas de pasta, pajarita y unas Jordan del 86, podría inscribirme ya mismo como hipster, y que contaba con un plazo de 10 días hábiles para presentar mi barba o fofotocopia compulsada de la misma. Así mismo tendría que superar un examen tipo test cuyo tema principal era la BIBLIA HIPSTER (pincha aquí)

Me despedí pletórico de alegría y me dirigí a unos grandes almacenes dispuesto a adquirir los citados artículos. El problema era que no disponía del capital necesario para pagarlos  (recordemos que había ido a un Starbucks). En un arrebato de operatividad ante la visión del posible fracaso de mi aventura antes de su comienzo, me dispuse a conseguir mis tesoros fuera del amparo de la ley. Así que tuve que hacer uso de mis recién descubiertas habilidades de agente secreto y hurtarlos sin ser visto.

Al menos ese era plan. Pero las vicisitudes de la vida, ya sabéis. Alguien del personal, un tal STAFF, alertó al guardia de seguridad de la ausencia de una serie de objetos que componían mi botín. Ante este problema, el segurata tomó las diligencias pertinentes: se puso en la puerta del recinto y proclamó un sonoro «¿Quién se ha llevado una pajarita, unas gafas de pasta y unos mocasines?»

Aquella era sin duda una ocasión perfecta para poner a prueba mi temple como agente secreto. El guardia estaba dando palos de ciego. Su táctica se trataba de golpear el árbol hasta que cayese una pera y tan solo era cuestión de mantener el tipo.

El problema surgió cuando algo en mi subconsciente, por no decir mi conciencia, me hizo una jugarreta y no se me ocurrió otro comentario que: «¿Robar yo? Vamos hombre… ¡a mi que me rehipster

Así que ahí estaba yo, sin barba, sin artículos vintage y con la condición de persona non grata en Pull&bear recién adquirida. La misión parecía condenada al fracaso. La logística había fallado, el presupuesto militar había fallado.

Mi plan operativo no estaba preparado para estas carencias así que hice lo que cualquier guerrero curtido en la batalla. Rebusqué dinero entre los cajones de mis padres.

La búsqueda fue negativa en cuanto a calderilla, pero positiva en cuanto a otras cosas; mi padre ya ha llegado a esa edad en la que no se tira nada a la basura, sino que se guarda en los cajones. Dicha edad esta comprendida entre la de dejar de poner las manos por delante cuando te caes de bruces y la de contar la misma historia 189 veces.

Cuando tu padre tiene el síndrome de Diogenes la costumbre de guardarlo todo «porque nunca se sabe», se te presenta un abanico de posibilidades tan grande como el de elegir fondo de pantalla para el ordenador cuando eres soltero. Esta era una de esas cualidades que en un principio criticaba, pero por razones meramente de principios: me sorprendía e indignaba sobremanera que mi madre, obsesionada con la limpieza le permitiese ese tipo de licencias.

A ver, nada más lejos de mis intenciones el criticar a una madre, el único ser capaz de caminar sobre el suelo recién fregado sin que se note. Pero nunca entendí esa doble moral, esa hipocresía.

En un cajón de tu padre puedes encontrar, previa vacuna antitetánica, los objetos anteriormente mencionados, amen de otros más. Eso sí, no encontré unas playeras Nike Jordan del 86, aunque sí que habían unos cordones amarillo fluorescente que vinieron de regalo con un bote de detergente (valga la rima).

También encontré, entre otras cosas, tres candados, unas catorce llaves que no abrían ninguno de los candados, una botella con forma de virgen en la que se suponía que había agua bendita (la dejé donde estaba; por más que la busqué desde varios ángulos no encontré la fecha de caducidad) y una linterna de pila de petaca.

Una vez arreglados los papeles, adquiridos los items, y con la mirada fija tras mis Aviator de cristal marrón me dirigí al Starbucks más cercano, más tenso que un ñu bebiendo agua.

Si queréis conocer el desenlace de mi aventura estad atentos al segundo capítulo de EL HIPSTER ENCUBIERTO. Os dejo por ahora. Que me…  me………….. me voy a dormir (Dios…  Otro bostezo como este y me hago reversible).

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LA BIBLIA HIPSTER: Tomo Primero. Los 10 Mandamientos Hipster

Tomo primero del Testamento
De San Benancio. Patrón de las descargas que en gloria esté.

Por los siglos de los siglos esté en gloria San Benancio. Pues él nos trajo la buena nueva digital cuando tuvo a bien contratar ADSL 12 megas a 29’95 (impuestos indirectos no incluidos) y dejar su router abierto. La palabra del WiFi (Wi-Fi para los ebreos) llegó a nosotros gracias a él en una época oscura en la que los Hipsters, celosos devotos del WiFi, sólo podían acceder a su palabra a través de almas caritativas como Starbucks, tiendas Apple y esa gente que tiene por contraseña «1234567».

Porque el WiFi es Dios, y Benancio es su profeta.

Dos tablets trajo San Benancio del Monte de Jazztel. En ellas estaban escritos, en PDF a doble espacio y en fuente Times New Román, los Diez Mandamientos del Hipster.

1. Adorarás al WiFi por encima de todas las cosas.
2. No robarás WiFi.
3. Honrarás a tu padre y a tu madre, pues de él son las Ray Ban Aviator del 83 que llevas, y de ella la diadema de plástico que regalaste a tu novia Hipster de sien rapada.
4. No tomarás el Café en vano.
5. No matarás, salvo a quien critique la música Indie .
6. No te afeitarás.
7. No dejarás que la batería del iPhone baje del 10%.
8. Te aferrarás a la tecnología y los gadgets mientras te empeñas en vestir como alguien que los rechaza.
9. Buscarás en Google el significado de la palabra «mainstream»
10. Usarás la palabra «mainstream» al menos diecisiete veces al día.

Oremos todos, cantemos el Salmo de San Benancio:

«San Benancio, San Benancio
De la Palabra portador
Gloria al Salvador San Benancio
Generoso benefactor

En un archivo con su nombre
Los Mandamientos compartirá
Descargalos con Utorrent
Descomprímerlos con Win Rar»

San Benancio tope guay
San Benancio es tope Hipster
San Benancio es darle Like
San Benancio es suscribirse.»

Aquí termina el Tomo Primero del Testamento de San Benancio. La paz sea con vosotros, colocaos la pajarita, rebobinad las cintas y no dejéis enfriar el Café

Amen

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LOS HIPSTERs Y SU MODA PSEUDOVINTAGE

Lo primero es lo primero, me enorgullece dedicar esta entrada a Raúl, apreciado hermano de sueldo, confeso lector (allá él… )  de mis pedradas mentales, y activo comentarista de las mismas.

Raúl me dijiste que la última entrada te supo a poco por lo corta, pues aquí tienes un pedazo tostón. Más vale que te lo aprendas, pues te lo pienso preguntar

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Lo primero que cabe pensar respecto a esta enfermedad moda es qué es vintage y para que sirve.

Lo vintage hace referencia a lo antiguo con pinceladas de elegancia y sirve para dejarse barba sin que a uno lo llamen dejao.

Con el paso del tiempo hemos visto modas de todos los colores. Algunas motivadas por la necesidad, como la de los raperos EEUUdienses con sudaderas XXXXXXL que no responden a otra razón que la de la pobreza, que obligaba a los niños a heredar ropa de hermanos mayores.

La salud y/o la higiene, como la «moda» de los militares de mantener el pelo corto. Hoy en día hay quien piensa que se debe a un intento de desindividualización de la persona para convertirla en parte de un grupo cuando en realidad no es más que una costumbre heredada de los tiempos de la lucha contra los piojos.

Hay  tendencias o modas que obedecen a una razón determinada y otras que buscan simplemente huir de lo preestablecido y destacar de alguna manera, otra razón tan válida y lícita como las demás ¿Pero de qué manera? ¿Cómo puede considerarse «moderno» al que lleva el pelo largo,  o barba, o pantalones pitillo o camisa de cuadros con una pajarita si ello se llevó hace mucho tiempo?

«nosotros en el siglo XX nos creemos muy degenerados pero estaba todo inventado»

             Enrique Pinti (humorista)

Por otro lado, no debemos caer en la euforia de adorar todo lo antiguo, pues algunos elementos de estas tendencias resultan más grotescos que pintorescos.

Veo a chicas ataviadas con vestidos y peinados que van orgullosas de vestir vintage. Y a mi sólo me parece la ropa con la que las encontrarían muertas en una habitación de motel en los años 70.

Me dan la misma tirria que las portadas de los crucigramas, que parecen fotos de chicas desaparecidas cuando Alf era lo más.

LAS GAFAS RAY BAN AVIATOR (todos somos Maverick)

Cuando veo la cantidad de gente que va por ahí con esas gafas me entristece pensar que podría haberme hecho rico si no hubiera tirado todo lo que había en los cajones de mi padre cuando hice limpieza.

Yo por si acaso me guardé tres pequeños botes rojos de linimento fuerte del Tigre, una linterna de petaca, un monedero tubular de tapón a rosca verde chillón con su cordón para el cuello original y un llavero de dos plateados amantes mecánicos que se prestan a su pasión al ir accionando una palanquita. Amén de un calendario en perfecto estado de Naranjito. Este último muy útil si a alguien necesita apuntar alguna tarea en 1982.

Todos estos artículos pueden encontrarse a la venta en mi perfil de Ebay. Por la compra de dos o más te regalo unas perfectas Nike Pegasus Requeteplus prácticamente nuevas, mejor verlas.

Según la Wikipedia (alabada sea) un hipster varón ha de cumplir los siguientes requisitos para pasar la prueba de fuego.

Uno: que no pare ninguno

Perdón eso es de otra entrada.

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1. Ser lo más delgado posible.

2. Pantalones de pitillo apretados cual leggins.

3. Barba voluptuosa. Que parezca que te estas comiendo una ahulaga.

4. Camisas a cuadros, a ser posible de franela.

6. Llevar relojes casio inmortal, a ser posible con calculadora.

7. Echarse novias con la sien rapada o en caso contrario rapársela inmediatamente.

8. Gafas de pasta, cuanto más gordas mejor (Si no tienes falta de vista no te preocupes, sigue usándolas que todo llegará).

9. Consumir café y música indy (banda sonora de cuatro películas de Harrison Ford) a partes iguales. Mayormente de grupos como the Empire of the Sun o Arctic Monkeys.

Bien, no se a vosotros,  pero yo con la mayoría de los puntos de esta lista acabo de descubrir que el que me pide el carro para quedarse con el euro en el Lidl es un puro Hipster. A partir  de ahora lo miraré con respeto en vez de intentar atropellarlo sin mostrar dolo en mi empeño.

Entiendo que mis palabras puedan provocar que el lector piense que no me gusta lo vintage ni la tendencia HIPSTER. Pero nada más lejos de mi intención. Aunque no pueda poner la mano en el fuego porque los hipsters  no sean de meter los dedos en los enchufes,  muestro ciertas afinidades con esta cultura y no me avergüenza ponerlo de manifiesto.  Quizás incluso me sienta más atraído que la mayoría por sus encantos.

El fenómeno de lo pseudo antiguo, si bien aun no ha terminado de cuajar entre la sociedad, es a mi juicio, una rica fuente de valores, como son el de aprovechar lo que en su momento nadie quiso, amén de una fuente de misterios, sin más el otro día estuve viendo fotos mías de cuando era un níveo querubín y me pregunté cómo habría hecho mi madre para aplicar,  en aquella época tan tecnológicamente desangelada, a las imágenes ese filtro vintage.

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