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PSICOLOGIA PAREJIL

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¿Nunca os ha pasado que estáis en la cama y os despertais desorientados sin saber por qué lado está la pared? Pues escribo esto desde el suelo.

Está bien, está bien. No se ha tratado de una falta de orientación por mi parte. La razón por la que me han echado de la cama y he tenido que instalarme en el sofá es que hablar con mi pareja es como las piedras flotantes de Humor Amarillo: das un paso en falso y acabas hasta el cuello. Pero es que mi pareja es muy complicada…

«—Te lo tomas todo al pie de la letra.
—¡Las letras no tienen pies!»

La vida es un continuo cambio. El día a día es vertiginoso, oscilante, hoy estás aquí y mañana no sabes. La tecnología avanza de forma exponencial,  cada vez más rápido. El tiempo meteorológico parece haberse vuelto loco. Ya hace tiempo que el frío tenía que haberse retirado y por contra, este verano será al menos un grado y medio más caluroso de lo habitual. Todo cambia, amigos.

Pero  hay algo que no cambia. Algo de lo que podemos estar seguros al cien por cien, un madero al que sujetarnos en esta marejada de permutaciones, y ese algo es el hecho inmutable y eterno de que nunca entenderás a tu pareja.

Y eso que la cosa empezó bien: chico conoce a chica, chica lo manda a paseo al principio… y eso que en mi caso yo le entré de una manera caballerosa y cordial. Destacando su belleza y regalándole un hermoso cumplido.

«—Me encanta el piercing que tienes en el labio. Me recuerdas aún mero que pesqué una vez.
—Ya. Qué gracioso… ¿A qué te dedicas?
—Soy músico, como puedes ver. ¿Y tú?
—Modelo.
—Pues no eres muy guapa.
—Y eso es un puto ukelele.
—Touchez.»

Pero mis alabanzas no alcanzaron el objetivo perseguido. Mi diosa no cayó rendida a mis pies; estaba claro que era una mujer moderna,  muy por encima de las anticuadas costumbres del cortejo que integraban la estructura de mi plan de ataque. Probé entonces con algo más radical. Ya que no podía conquistarla por medio de lisonjas, pensé que quizás le gustaría que fuera más directo.

«—Tú y yo juntos, una chimenea, una alfombra y una botella de vino. ¿Qué te parece?

—poco vino»

Sin embargo eso no hizo más que generar aún más ganas de conquistarla. Porque los hombres somos así. Cuanto menos nos quieren, más queremos. Y cuanto más atención nos prestan, menos nos interesamos. Así somos los hombres.
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Sólo los hombres.
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¿verdad?

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Ah, el amor. Qué sería de las compañías telefónicas sin aquellas eternas e interminables despedidas de los enamorados adolescentes. Yo también las tuve:

“—Cuelga tú.
—No, cuel… (tono)“

Y es que los enamorados son como los borrachos; sólo te caen bien cuando estás como ellos. En fin, el caso es que mi noviazgo fue un idilio digno de la más empalagosa de las películas amorosas, solo hacía falta que uno de los dos fuera un vampiro cabezón para que Hollywood nos hubiera comprado los derechos.

«EDWARD: Percibo los pensamientos de la gente

BELLA: No me extraña con esa pedazo cabeza…

EDWARD:¿Qué?

BELLA: Emm… que quiero ser vampiresa.»

Como decía, todo era amor y cariño. Lo pasábamos tan bien juntos que no lo vimos llegar, y llegó…

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Llegó el día de la boda. Y con ella los problemas. Admito que yo tuve cierta parte de culpa en que la ceremonia no fuese lo bastante maravillosa. No quería conformarme con el tópico de que el día de la boda es en realidad «el día de la novia» y por ello puse todo de mi parte en la organización, la decoración, y el guión.

«—*PERO NADIE PUEDE CON EL PORTADOR DEL ANILLO…*

—En serio, Eze. Que hagas que tu sobrino de cinco años lleve los anillos lo aguanto, pero que hayas hecho al cura decir esa frase poniendo la voz grave mientras nos acercamos al altar no te lo perdono. *¡NO TE LO PERDONO!* »

Pensándolo bien, en vista de cómo fue la ceremonia (y mi vida) a partir de ahí, podía haber elegido otro momento para hacerme el gracioso. ¿Recordáis aquella frase de «que hable ahora o calle para siempre»? Pues mi mujer la entendió al revés. No ha parado de cascar desde que le puse el anillo, y no precisamente cosas bonitas. Y eso que es una frase que no da lugar a malentendidos…

«—Quien tenga algo que decir que hable ahora o calle para siempre.

—Eso ya lo he dicho yo, usted diga «sí, quiero».

—Ah. Perdón.

—…

—¡Decid algo, cabrones!»

Para no aburriros con mi boda, baste con decir que fue memorable. En cualquier caso, tuviera el desenlace que tuviera, no es más que una noche en una vida de sufrimiento pareja. ¿Quién podría estar enfadado con su cónyuge después de tanto tiempo?

Errar es humano, echarlo en cara diecisiete veces al día durante siete meses es humana.

Porque las mujeres no se equivocan. Mi mujer por ejemplo es capaz de distinguir si una chica lleva extensiones en el pelo a 200 metros de distancia, pero los stops y los ceda el paso se le siguen atragantando.

Cuidado, a ver si no se va a entender esto como yo quiero. Mi pareja no es ningún ogro, es una magnífica persona y yo,  a día de hoy, no se qué  hazaña habré hecho en esta vida o en la otra para que me haya elegido.

Porque amigos, no nos confundamos. Las mujeres son las que nos eligen. Y eligen con confianza y seguridad. No como cuando eligen qué ropa ponerse.

«—Cariño, ¿juego con un 4-4-2 o un 4-3-3 con el Madrid en el FIFA?
—Yo de eso no entiendo, Eze.
—Ni yo de qué falda combina con esa blusa, pero bien que me lo preguntas.»
—Vaya humos tienes hoy… ¿Has visto mis hormonas para lo del embarazo? Estaban junto a tus vitaminas para el running.
— Tú sabrás
— ¿Qué te pasa?
— ¡Nada!
— Eze… ¿Te has tomado mis pastillas?
— Preguntale a tu amiguita
—¡Eze!
—¿Me quieres?»

La verdad es que, rompiendo una lanza a favor de mi novia (yo rompo lanzas a su favor, ella me las parte en la cabeza) nosotros los hombres somos complicados. Bueno, no somos complicados, a decir verdad somos bastante simples. Nosotros no os entendemos a vosotras, y ello frustra a ambos. Vosotras, igual que sabéis perfectamente si la noche para la que os preparaid acabará en sexo o no antes de salir por la puerta, a nosotros nos entendéis perfectamente desde el principio, el problema es que no os gusta lo que entendéis.

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EL RECURRIDO Y GASTADO «QUÉ».

Cuando un hombre, en medio de una conversación importante con su pareja, pregunta en un momento dado «¿Qué?» a vosotras os puede parecer que lo dice porque no ha entendido lo último que le habéis dicho. Cuando en realidad os ha entendido perfectamente. Sólo pretende disponer de un pequeño lapso de tiempo para pensar una excusa mientras estáis repitiendo la pregunta.

La mujer también usa mucho este recurso. Pero su finalidad es bien distinta: cuando dice «¿Qué?» también ha entendido a la primera, pero esta dando, en su infinita magnanimidad, otra oportunidad a su pareja para que recomponga la frase y pueda salir del remolino de lava al que se dirige si sigue por ese camino.

«—Eze… No hay nada en la tele esta noche, ¿te parece que…  juguemos un poquito? Jijiji
—Claro nena…  Jijiji
*Beep*
—¿Acabas de encender la Playstation?
—… ¿Qué?»

Chicas, somos simples. Si os preguntamos si os pasa algo y nos decís que no. ¡Eso es exactamente lo que vamos a entender! No damos para más.

Y a vosotros, chicos: las flores mueren en dos días, los chocolates engordan y los peluches son aburridos. No seáis idiotas, regalad zapatos.

No es seguro, pero es posible que así os libreis del temido tenemos que hablar. Esa temible frase a la altura del ven aquí a ver qué hiciste aquí de tu madre es la última frase que querrías escuchar de tu pareja.

Curiosamente suele ser la penúltima que escuchas.

«—Tenemos que hablar.
—¿Y eso?
—Bueno, en realidad tú no hace falta que hables»

Así que ya sabéis amigos y amigas. Mantener una pareja es de ardua tarea de colaboración (ellos) comprensión (ellas)  y negociación (nadie). No quisiera despedirme sin dejar claro que mi amada pareja no es mala, yo soy el malo, un gandul, un egoísta y un desordenado. Y ella en cambio es muy buena conmigo y me comprende a pesar de todas las trastadas que hago. No la merezco pero ella es tan buena que algún día me cambiará y me hará ser todo un caballero, sensible a sus necesidades y anhelos. Porque todos los hombres somos unos cerdos.

Firmado:
Cristina

Twitter=@cansinoroyal

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ESPERAR

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Las cosas que valen la pena en la vida bien merecen ser deseadas y esperadas un tiempo prudencial que asegurará aún más su valoración una vez lleguen.

Cualquiera que lea el título y este primer párrafo pensará que en esta entrada vamos a tratar de esperar al más puro estilo película lacrimógena del tipo «esperar a que aparezca la pareja perfecta», pero no. Más bien pensaba viajar un poco en el futuro, unos meses, o años, con un poco de suerte, después de que hayas encontrado esa pareja perfecta.

Ese momento en el que ya formáis una naranja entera y llega, oh si, el momento de esperar.

¿Pero esperar a que? Pues a todo. Algo me dice que los smartphones no fueron inventados por ratas de laboratorio, frikis hasta la médula que renunciaron en su momento al contacto humano en pos de una vida digital.

En vista de lo mucho que ha servido mi smartphone para las largas esperas que mi Santa ha tenido a bien proporcionarme, yo diría que estos aparatos, o al menos su facultad para entretenernos con juegos y pasatiempos fueron sin duda descubrimiento atribuible a un pobre novio.

«Te dije que estaría lista en cinco minutos. ¡Deja de llamarme cada media hora!»

Analicemos esa maravillosa frase. Como ya dije en alguna de mis entradas, si hay una palabra que defina mi relación con mi novia, digo más, las del 99’9% de las parejas de hoy en día es «esperando».

Esperando a que quiera salir contigo.

No es necesario decir que aquí son ellas las que disponen, por mucho que tú propongas, no importa lo guapo que seas.

Esperando a que quiera ser tu pareja.

Una vez más, ellas disponen. Da igual si te quiere por tu personalidad, tu físico, tu dinero, etc. Ella es quien al final dice si.

Esperando a que se arregle.

Cuidado aquí, compañeros, me permito ahondar en este apartado ofreciendo un consejo: Nunca, jamás, bajo ningún concepto, metas prisa a tu media naranja mientras se arregla. Da igual que vuestra princesa dude más sobre qué ponerse que Windows sobre lo que queda para terminar de pasar el archivo al pendrive.

Sólo conseguirás herir de muerte el plan que tengáis pensado para esa noche: tu pareja, ante tus apremios, se dará la misma prisa que antes, ninguna, eso sí. A partir de ahora tu pasas a ostentar toda la culpa de que no haya salido todo lo guapa que deseaba, de que se haya olvidado algo y en general de que se le haya estropeado la noche.

Está escrito que la mujer es la que hace esperar al hombre en estos casos. Amiga, si es tu novio el que te hace esperar a que se arregle para salir, reconsidera la posibilidad de tener hijos con él. Sólo conseguirás hacerlo más difícil cuando, dentro de unos años, te confiese que es gay.

No penséis ni por asomo que la lista acaba aquí, la lista sigue con otras perlas como esperar a que salga del baño, esperar a que aparque (¿por qué las mujeres insisten en aparcar de morro en los parkings?), e incluso esperar a que termine de comer.

Nunca entenderé por que las mujeres comen tan lento, ¿o sólo le pasa a la mía? Tranquilos, no espero respuesta: se que algunos de vosotros leéis esto en compañía de vuestras parejas.

Por descontado que estas esperas no se ven reflejadas en la ficción de las películas empalagosas que pueblan las carteleras. Películas que, de acuerdo a su contenido, deberían ser encasilladas en el género de Ciencia Ficción.

Claro que no son los único detalles que el cine se deja en el tintero:

¿Para cuándo esa película realista en la que el malo abre el portátil para activar las cabezas nucleares y tiene que esperar a que se actualice el Acrobat? 

Vaya por delante que yo quiero mucho a mi pareja. Así como que soy totalmente consciente que ella también tiene que esperar por mi a veces. Como cuando la pobre se baja del coche en la entrada del local y tiene que esperar a que yo de vueltas y vueltas para aparcar y luego andar bajo la lluvia.

Probrecita.

Además, todos sabemos lo que pasa cuando nuestra novia nos llama y no contestamos… antes del tercer tono:

«-¿por qué has tardado tanto en cogerlo?

-estoy paseando al perro y no oía el móvil, hay mucho ruido en la calle y…

-¿seguro?

-¿qué pasa? ¿no confías en mí?

– ¡claro que sí tontito! que se ponga el perro…»

Y ahora es cuando hago las paces con vosotras, diciendo que con vuestros más y vuestros menos no podríamos vivir sin vosotras etc..

Bien aquí va:

@cansinoroyal

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DE COMPRAS

Como ya dije en una entrada anterior, se acercan las fiestas de San Consumo De La Santísima Cosumición, con lo que ello implica: hay que comprar adornos, comprar regalos, comprar comida típica de estas fechas. Y para ese tostón menester están las novias.

Bien, novias, iros a dar una vuelta por Pinkie. Los inútiles hombres tenemos que hablar.

Una novia sólo necesita tres frases para manejar a su novio por todo el centro comercial como si de un títere se tratase:

•    Mantén.

•    Dile que te de una talla más.

•    ¿Dónde estabas?

Con estas frases místicas el tarado de tu novio estará más que controlado durante las escasas  horas que dure tu safari.

Así es amiguetes. Estoy de compras con la jefa. Lo bueno de ello es que tengo tiempo de sobra.

De sobra.

De sobra.

De sobra.

De sobra para escribir esto.

Salir con tu novia a un centro comercial es una gran actividad siempre y cuando no pretendas disfrutar. Las únicas veces que te librarás separarás de ella bajo su consentimiento será cuando tengas que ir al servicio.  Que seguramente estará cerrado por causas desconocidas o con un gigantesco carro de limpiadora bloqueándolo.

Encima cuando entras te da la misma sensación que te daba cuando eras pequeño y le pisabas lo fregado a tu madre; se suponía que habías entrado a aliviarte y sales con un cargo de conciencia. No antes de haberte lavado las manos. Porque todos nos las lavamos… ¿Verdad?

Si, ¿quién no se va a lavar las manos sabiendo que es otra atracción  más del centro  comercial? Como por ejemplo el secador de aire caliente, cuya principal misión es hacer ruido mientras te secas las manos en los pantalones (los propios a ser posible).

En fin, ya hemos ido al baño y toca esperar en una esquina del Stradivarius, que parecemos una mezcla entre portero de discoteca y perchero. Pero eso en el Stradivarius, porque yo al Desigual procuro no entrar. Con lo que vale una camisa ahí dentro no entiendo que no tengan para poner un par de bombillas más.

En efecto, cada vez que entro a esa tienda me quedo esperando a que me venga un empleado con un candelabro y mirada sombría a pedirme que le siga. Señores de Desigual, no cuela lo de que los colores chillones de la ropa reflejen la luz, quiero ver lo que me estoy comprando, y más tratándose de su género, que luego llego a mi casa y al abrir la bolsa me encuentro un tablero del Twister donde tenía que haber una camiseta.

Pues eso, toca esperar.

Si te fijas, esperar por tu pareja puede bien ser la palabra que defina vuestra relación; esperas a que quiera ser tu novia, esperas a que termine de comer porque ella come más lento, esperas a que termine de comprar, esperas a que salga del baño, esperas a que se vista, esperas a que se maquille…  Por cierto, ni se te ocurra meter prisa a una mujer mientras se engalana para salir, pues se dará la misma que antes (ninguna). Eso sí, sí no sale exactamente con la pinta que quiere, o si se le olvida algo,  adivina de quién va a ser la culpa.

Sólo me consuelo sabiendo que todos los chavales que están en las esquinas están en mi misma condición. Pero ninguno nos quejamos. ¿sabéis por qué? Porque sabemos cuál es nuestro lugar. No como ese que va por el Ikea dos pasos por delante de la novia toqueteando cosas y añadiendo comentarios del estilo «mira cari, es ésta».

Esto último mientras se mete el vigésimo quinto lápiz en el bolsillo. Un gran divertimento para la próxima vez que vayas al IKEA: cuando llegues a la caja fijate en la cantidad de gente que se pincha las manos al ir a sacar la cartera.

De nada.

¿En serio, chaval?¿de verdad crees que TÚ estás dirigiendo la compra? Infeliz… ¿Creéis que la novia va detrás de él porque no es capaz de llevar su ritmo? Nuestras novias son quinto dan de Zara y cuarto de Mercadona. Seguramente estará mirando lo que verdaderamente van a comprar mientras el otro juega a las compras. De vez en cuando lo vigila para que no se pierda entre los sillones y piensa satisfecha: «miraló, esta noche va a dormir a pierna suelta»

A ver si nos convencemos, señores. Que en lo que respecta a comprar NO SOMOS NADIE. Esta afirmación por mi parte puede dar lugar a presuponer que ésta es la típica entrada para reírse de las novias y reivindicar no se que estúpida creencia que tenemos los hombres por parte de un amargado que escribe aquí porque no se atreve a decírselo a su pareja a la cara.

Pues bien, aunque entro perfectamente dentro de esa descripción, mis palabras van en dirección contraria a la aparente. Señores. Dejemos que nuestras santas se ocupen de los por menores de los regalos de Navidad. ¡Dejemos de despreciar un bien tan escaso como es el de una persona que piense por ti en estas condenadas fiestas! ¿es que no vemos el puntazo que supone?

«Ay… Pues yo en el LeRoy Merlín si que…»

Tu en el LeRoy Merlín no tienes ni puta idea. Quizás tu novia tiene menos. Pero tu, valga la redundancia, no eres nadie. Y aún así nosotros vamos en un plan por el LeRoy con la pivita… OOOOOH. Inflamos el pecho entre las cocinas como si las hubiéramos montado nosotros. Lo dicho, infelices.

Alguno hay que incluso  coje un listón de madera y lo mira como si apuntara con un fusil. Que tu igual no vienes buscando madera pero son cosas que los hombres tenemos que comprobar, no sea que alguna muchacha desvalida (nunca un hombre)  vaya a llevarse a casa un listón doblado.

Pero al final, como si de piezas de un juguete infantil se tratase, cada uno entramos por el agujero troquelado con nuestra forma, pues tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a la verdadera razón de estar en el LeRoy. Y no te quedará otra opción que esperar a que otro desgraciado como tú termine de preguntar al dependiente para acapararlo tú con tus dudas.

Resumiendo, tenemos que aprender a apreciar la labor de nuestras cónyuges para con nosotros al ofrecernos estos momentos de recogimiento que son el mantenernos en el umbral de los probadores preguntándonos «¿se podrá pasar o me echarán la bronca y me llamarán pervertido?».

Aprovechad como yo para dar rienda suelta a vuestra imaginación en lo que ella está en su mundo. ¡A lo tonto he escrito una entrada! El problema es que todavía estamos en la primera tienda a la que hemos entrado.

Me pregunto si en la última tienda seré tan generoso con mis palabras.

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¿CÓMO SE APROVECHA UN DOMINGO?

Domingo por la tarde. Llevas toda la semana sin librar, echando más horas que un reloj en tu trabajo para llevar los garbanzos a tu casa y sin pisar ésta mas que para dormir. Y no hasta las tantas que digamos.

Pero todo eso da igual, porque ha llegado el día. El momento tan merecido y deseado por tu persona de disfrutar de ese embriagador derecho que es el de tocarte el níspero lo que queda  del mejor día de la semana…

…na mierda pa ti.

Que por lo visto tu pareja quiere salir dice. ¡En domingo! Que por lo visto es el único día que libras y no es plan de malgastarlo (¡¿malgastarlo?!) en casa viendo la tele en lugar de aprovechar el domingo.

¿Cómo se aprovecha un domingo?

Digo más: ¿Qué majadería es esa de que los domingos hay que aprovecharlos? ¿Soy el único que opina que aprovechar un domingo y disfrutarlo son dos conceptos del todo incompatibles?

Un domingo no se disfruta aprovechándolo, se disfruta observando cómo se escapa entre las agujas del reloj como la brisa del alba se escapa entre las hojas llevándose consigo el rocío de la noche mientras preside el nacimiento de un nuevo día. O sea touching your balls.

Ya lo dice la biblia:

Quienes reproduzcan, plagien, o comuniquen públicamente la totalidad o parte de la película sin autorización expresa de su titular,  incurrirán en un delito tipificado en el artículo…

No espera así no era. ¿Cómo era? Ah, ya se.

Al séptimo día descansó.

Para una cosa interesante que dice la biblia y nos la pasamos por el arco del triunfo…

Pero tú eso no puedes decírselo a tu pareja. Que por lo visto está aburrida de la vida. No se qué les pasa a las parejas que enseguida se aburren de todo.

«-en serio nene,  siempre hacemos lo mismo. Contigo no hay manera de no caer en la rutina. No te veo ninguna iniciativa, no sugieres hacer cosas nuevas y todos los fines de semana hacemos lo mism…

-¡pero si estamos escalando la cara helada del Everest con dos sherpas como tu querías!

-¿ves? Ya me has arruinado la vuelta al mundo. ¿contento? Si es que ya sabía yo que… »

Me pregunto qué tiene de malo la rutina; qué problema puede haber con saber qué va a ser de ti mañana, pasado, o el próximo domingo.

Además. Un domingo no hay nada que debas hacer, ni un solo compromiso ineludible, que se encuentre más allá del umbral de tu puerta.  Las tiendas están cerradas, las carreteras están llenas de hijos de puta domingueros que a aparcar en un arcén, poner una mesa en la cuneta y sacar los Tupper de comida lo llaman ir al campo, «a la aventura», dicen.

La playa está tan llena que a no ser que tengas pensado echarte el coche al hombro cuando llegues al aparcamiento te esperan una media de 40 minutos de desesperación e impotencia. Y si con el coche hay poca suerte con la sombrilla habrá menos: podrás considerarte afortunado si no tienes que clavarla en el pecho de alguien para encontrarle un sitio.

En resumen, como en casa, en ningún sitio. Ese sofá de sky, esa alfombra barata, cosa normal, yo compro una alfombra de pelo original, hecha por la inestimable paciencia y maestría de unos monjes tibetanos que hacen los nudos con los pies a 3800 metros de altura y que vale un pastón para qué. ¿para que me la pises? Te reviento.

Tu casa debe ser tu castillo, tu remanso de paz, ese escondite al que los monstruos no pueden seguirte. Pero tu pareja no opina así. Eso es para el resto de los días de la semana. El domingo tu pareja ve la casa como una prisión en donde el día del señor coincide con el día en que a ella y (por lo visto) a ti, os dan el tercer grado y podéis escapar de sus fauces.

Lo mejor es que tu media naranja,  en lo mas profundo de su fuero interno es consciente de la incuestionable verdad que tú esgrimes contra sus estúpidos argumentos: ninguno de los dos tenéis ni pajolera idea de qué hacer. Mira el siguiente ejemplo y contesta con sinceridad si te ves o no identificad@ (me encantan las arrobas,  casi tanto como los bestiarios)

«-¡vamos a salir cari vamos a salir cari vamos a salir cari!

-vaaaale

-¡vístete cari vístete cari vístete cari!

-vooooy

-¡al coche cari al coche cari al coche cari!

-Vale, ya estamos en el coche. ¿A dónde vamos?

-…

-…

-¿A dónde te apetece ir cari?

-…

-¿cari?»

Pero tranquiiiiilos que no hay mal que cien años dure.

Independientemente de por dónde os llevéis arrastrando durante horas, el cerebro de tu pareja parece que pilla algo de WiFi y se baja la última actualización de sentido común. Es entonces cuando ella misma se percata de lo estupido y valadí de vuestras andanzas y decide volver a casa.

Así que aquí estamos. A las 10 y media de la noche de un domingo delante de la tele, recién duchaicos y escribiendo esta mierda mientras Iker Jiménez nos mira desde la tele con cara comprensiva mientras sus labios dicen sin hablar… «lo sé, y te comprendo».

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