Estoy bastante seguro de que el nivel de vuestro aprecio por mí ha bajado sustancialmente conforme visionabais ese «yuju». Apuesto a que, visto lo visto hasta ahora, esperáis que os detalle con saña unos planes vacacionales idílicos consistentes en una vida feliz y cara de una semana de duración.
Deberíais avergonzaros de pensar así de mí. ¿Cuándo os he fallado yo? A estas alturas no vale de nada intentar negar mis pretensiones de mataros a todos. Pero nunca he dicho que fuera a torturaros antes.
«¿Te vas de vacaciones? ¿Cuántos días te quedan hasta que empiecen? ¿A dónde vas? ¿durante cuánto tiempo?»
¿Alguien ha escuchado o planteado esta pregunta alguna vez en su vida (las madres no valen)? A que no… Pues entonces ¿Por qué la gente no para de dar ese tipo de datos en lugar de dar otros más interesantes como el pin de su tarjeta?
«—¿Qué tenemos?
—Varón, raza blanca. Pasó la mañana dando detalles sobre sus planes para sus vacaciones. Presenta claros signos de violencia extrema.
—Merecida
—Totalmente»
Yo he puesto en funcionamiento varias medidas para lidiar con el tema de los que se dedican a compartir sus planes vacacionales. Entre otras estratagemas he hecho circular por la oficina el rumor de que pertenezco a una banda de ladrones albano-kosovares. Así la gente se cuida muy mucho de hacerme saber que va a viajar.
Por cierto, pequeño apunte con relación a los que desgastan la frase «ambos inclusive»: siguen siendo cuatro días de mierda.
Yo, por mi parte, para decidir a dónde voy en verano lanzo un dardo a un mapamundi que tengo en la pared. Y allí paso todas las vacaciones, lanzando dardos a la pared. Porque como en casa no se está en ningún sitio. Y vosotros estáis tan de acuerdo con esto como con la política de cookies.
Permitid que me explique antes de que alguien me corte el cuello con un billete de Ryanair: ¿Cuántas veces habéis tenido un percance con alguien, sea amigo o conocido? Alguna de estas veces habréis usado cierta frase que, sin ser de mi invención, la he adoptado como mía por lo mucho que me ayuda a afrontar estos quebrantos con amigos, compañeros de trabajo, la policía etc… Dicha frase reza de la siguiente manera:
«con lo agusto que estoy en mi casa… «
Amigos y amigas, esa frase vale para todo tipo de discusión.
«¿Que no vuelva a llegar tarde? Venga hombre, con lo a gusto que estoy en mi casa.»
«Pues si te ofende lo que digo me voy. Con lo a gusto que estoy en mi casa…»
«¿Aviso de desahucio? Si hombre, con lo a gusto que estoy en mi casa»
¡Y es verdad! Por muy bien que te lo montes en tus viajes de ocio, como en casa en ningún sitio. Lo que pasa es que haces lo imposible, ahorrando o hipotecando hasta al perro, para pagar cualquier cosa que te saque de tu vecindario porque sabes que lo peor no es no irte de vacaciones, sino tener que regar las plantas, recoger el correo y cuidar de la mascota de los que sí se van.
Llamadme mal vecino si queréis. Pero yo nunca hago ese favor. Ya en su momento postulé sobre el hecho de que la conversación ascensoril sobre meteorología debía ser el único nexo de interacción vecinal. Argumentando con pruebas fehacientes que superar esa línea tan solo conllevaría la muerte contratiempos.
Digan lo que digan los pelos del culo abrigan en casa se está muy bien. Además siempre hay cerca algún vecino con piscina que poco a poco se va haciendo amigo mío (aunque él no lo sepa).
Y es que ¿a dónde vamos a ir? ¿A un hotel? Altamente (no) recomendado. El último hotel en el que estuve era un hotel tan cutre y triste, que en vez de recepcionista tenía decepcionista. Las cucarachas eran gigantes. Un día, una enorme se me acercó a la hamaca y con un extraño acento me dijo. «Vamos a hacer Aquagym. ¿Se apunta?»
Presa del pánico, salí despavorido llamando al personal del hotel en busca de ayuda, pero el de las hamacas me tranquilizó aclarándome que la cucaracha en cuestión era un animador senegalés muy simpático que llevaba en la nómina del hotel varios años.
El Todo Incluido es lo que tiene: empieza uno a tomar cerveza desde bien temprano y luego el alcohol le juega malas pasadas. Cuál no sería mi nivel del mismo en sangre que no me calmé hasta conseguir que el conserje rociase al senegalés con insecticida, por si las moscas. Al ver al muchacho tosiendo en el suelo hecho un ovillo me quedé más tranquilo: A las cucarachas de verdad los insecticidas no les afectan.
EL SÍNDROME POSTVACACIONAL Y TÚ PUTA MADRE
«—¿Qué tal las vacaciones?
—Cortas.
—Jajajaja, qué original eres.
—Y tú qué gorda.»
A todos nos toca volver a la rutina, ya sea de un viaje a Tailandia o de lanzar dardos en la pared de nuestra habitación. Y la rutina trae este mal cada vez más reconocido entre los expertos.
Pocas cosas a parte de la paciencia son verdaderos paliativos de este problema. Pero curiosamente y por el contrario, hay muchos posibles agravantes. Como por ejemplo insistir en revelar, paso por paso, todos y cada uno de los detalles de tu viaje.
«—Muy buenas las 508 fotos de tu viaje. ¿No tienes más?»
Ante este tipo de personas tan elocuentes, recordad: No hay ningún contratiempo en la vida que no arreglen ocho puñaladas en el tórax.
El que suscribe desconoce totalmente la relación entre el síndrome citado y el Karma, pero sabed que la intensidad del mismo es directamente proporcional al coñazo que deis con vuestras hazañas estivales.
A modo de despedida, voy a irme. Y no porque yo quiera sino porque lo digo yo. ¡Feliz síndrome postvacacional a todos!
Twitter=@cansinoroyal