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FRIKADAS I: de mis andanzas por la Tierra Media

OFF TOPIC:
al leer otros blogs donde sus dueños hacen gala de magníficas dotes narrativas, en especial a la hora de contar cuentos, me picó la curiosidad de saber si yo también serviría para tan bonitos escritos. No me hizo falta pensar mucho para darme cuenta de que no.

No obstante. Se me ocurrió hacer algo parecido, a mi torcida y macabra manera, y de aquí sale esta frikada que vais a leer (aún estáis a tiempo de no hacerlo). En fin. No es a lo que os tengo acostumbrados,  pero aún así espero que os guste.

FRIKADAS I: Un paseo por La Tierra Media.

Así es amigos míos, al final ha pasado lo que todos nos temiamos: mi alto consumo de literatura fantástica y alcohol a partes iguales ha surtido el efecto menos deseado: después de un par (de pares) de cervezas de trigo bien frías mientras veía por fin el DVD de El Señor de los Anillos ocurrió algo muy extraño que voy a pasar a contaros.

Nada más empezar a ver la película se abrió en mi salón un vórtice dimensional. Aquello me sorprendió sobremanera, pues había puesto el DVD de la película y no el de las características especiales (comentarios del director, making of, vórtices dimensionales, etc.)

Al tocar aquella grieta luminosa suspendida en el aire, una luz cegadora me rodeó. Aquella luz era tan intensa que ni tapándome los ojos con las manos lograba deshacerme del doloroso deslumbramiento que sufría.

Cuando la luz cesó, tardé un tiempo en recuperar la vista. Pero lo que mis ojos descubrieron no era algo que se viese todos los días. Al menos no sin drogarse. Me encontraba en una especie de construcción en el que hermosos álamos de hojas doradas se alzaban a mi alrededor en una especie de jardín redondo coronado por grandes arcos con todo tipo de adornos exquisitamente tallados  que confluían en una inmensa cúpula desnuda.

Aquel enclave parecía hacer las veces de mirador. Al asomarme a la balaustrada del pórtico mis ojos fueron testigo de un auténtico regalo para la vista: Una majestuosa ciudad grisácea de delicados pórticos aún más grande que el que yo pisaba se extendía montaña abajo. No había una columna, escalera o edificación que no hubiera sido pulida hasta el más mínimo detalle.

Dado el mimo que los carpinteros habían puesto al tratar la madera de los arcos no me cabía duda de que el dichoso vórtice dimensional había dado con mis huesos en IKEA alguna ciudad épica de las que tanto he visto en las pausas de Antena3 los libros de fantasía medieval.

Tardé un tiempo en reaccionar, pues el viaje interdimensional me había dejado bastante desorientado. Todos los que hayais viajado entre dimensiones me entenderéis: mareos, indisposición, Jet lag, etc. Todavía me encontraba recobrando la compostura cuando creí oír unas risas que se acercaban. Me escondí detrás de uno de los álamos justo a tiempo de apreciar cómo entraban a la alameda dos jóvenes varones que no advirtieron mi presencia. Eran estos hermosos, de cuerpos delgados y estilizados. Enfundados en brillantes túnicas con increíbles bordados. Lucían también largas cabelleras rubias platino, de cabellos laceos tan brillantes como si desayunaran todos los días una taza de Timotei.

Sus hermosos rostros de facciones delicadas eran de una tez pálida como la luna. Detalle que me sorprendió bastante, teniendo en cuenta que aquella ciudad llena de terrazas, arcos y cúpulas desnudas, más que ciudad, parecía un inmenso solárium.

Sus andares eran gráciles y elegantes, lo cuál, sumado a su aspecto físico anteriormente descrito, me llevó a pensar que aquellos jóvenes habían venido a ocultarse entre los árboles buscando una zona tranquila y discreta donde practicar su amor homosexual.

¿encontrabame pues en una zona de cruising medieval?

Mi desconcierto (el causado por el viaje, no el que me acompaña desde mi nacimiento) empezó a disiparse, y comencé a ser una vez más dueño de mis actos, facultad que aproveché para deslizarme como pude entre los arboles en orden de pasar desapercibido y no importunar a la curiosa pareja en sus planes, fueran los que fueran.

Aquella ciudad se había concebido en la ladera de una montaña. Para ir a cualquier sitio había que subir o bajar las hermosas escaleras esculpidas en la piedra de la montaña, o bien sinuosas escaleras de madera pulida. Este detalle me hizo considerar que quizás el secreto de la larga longevidad de los elfos residía en que subían muchas escaleras como aconsejan en Saber Vivir y otros programas de salud de la televisión.

También me hizo pensar, esto ya a título personal, que con tanta magia que había por este mundo ya podían haber gastado un poco en la creación de un teleférico.

En uno de los balcones divisé a dos figuras, una vez más, ambos varones, pero al acercarme un poco más observé que uno de ellos, que presentaba los mismos rasgos delicados que los palomos individuos de la alameda, parecía tener la mirada perdida hacia el horizonte que coronaba las hermosas vistas que ofrecía el palco mientras sujetaba un arco con fuerza.

Su compañero, sin embargo parecía un hombre normal y corriente. Aunque con aspecto de haber acabado de salir del festival hippie de Woodstock.

Me acerqué a preguntar cómo podía volver a casa pero hicieron caso omiso de mi saludo. Al parecer se encontraban enfrascados en una extraña discusión:

«—Légolas. ¿Qué ven tus ojos de zorra?
—Aragorn, detecto cierta hostilidad en tus palabras desde que te rechacé.
—’Irigirn, diticti cirti histilidid in tis…’ vete a la mierda zorra, ¡vete a reírte de otro!»

«¿Legolas? ¿Aragorn?» Pensé.

¿De qué me sonaban aquellos nombres? En fin, tenía prisa y la pareja parecía estar ocupada. Así que allí dejé a aquellos cítricos amantes y proseguí mi viaje. Tenía que ponerme en marcha y encontrar ayuda si quería salir de este extraño sitio de adornos tan recargados.

Un par de escaleras más arriba me encontré con una pareja de lo que parecían ser dos pequeños hipsters bajitos y achaparrados, pero sin gafas ni pajarita. Al principio pensé que se trataba de dos hombres, lo que me hizo preguntarme por vez primera en dónde estaban las mujeres en esta ciudad, barajando también la posibilidad de que dicha ausencia tuviese algo que ver con la existencia de tanto maricón silencio.

En aquellas cavilaciones me hallaba cuando al acercarme comprobé que uno de aquellos minihipsters era una mujer, eso sí, con más pelo que un kiwi. Mis esfuerzos por comunicarme también cayeron en un principio en saco roto, pues los minihipsters iban con mucha prisa, tanta que me vi obligado a apartarme a un lado para que no chocasen en conmigo. Al menos esta vez no me ignoraron del todo. El kiwi volvió la cabeza con soberbia y me dijo que tenían prisa, pues un tal Elrond les había convocado a una reunión en una de las salas de arriba.

«¿Elrond?»

Haciendo de tripas corazón, seguí a aquellos enanos escaleras arriba. En honor a la verdad, he de admitir que no tardaron en dejarme atrás a pesar de mi pasado runner. Aún así seguí subiendo por cada escalera que encontraba. Si se dirigían a una reunión, sin duda habría alguien que pudiese ayudarme con mi problema.

Conforme me acercaba a la cima de la montaña, la aglomeración de gays querubines rubios de pelo liso aumentaba, lo que me animó a pensar que iba por buen camino. Cuando llegué  al final de las ornamentadas escaleras, la famosa reunión ya había comenzado. No me pareció buena idea ingresar en la misma sin ser llamado así que me decidí a quedarme tras una columna guardando respetuoso silencio.

Al parecer, un niño había encontrado un anillo de oro. Y los asistentes a la reunión no lograban ponerse de acuerdo sobre que hacer con la sortija. O quizás decidían un castigo para el chico, por haberla robado. No tenía manera de saberlo con seguridad, pues me encontraba a demasiada distancia. En cualquier caso los ánimos parecieron crisparse cuando un tal Boromir, Borromeo, Eddard Stark o algo así, aseveró algo a cerca de quedárselo para él.

Esta insinuación no fue del agrado de uno de los minihipsters (a la distancia a la que me encontraba no pude distinguir si se trataba del Kiwi o no). El barbudo bajito se levantó de la silla e intentó romper la joya a hachazos al más puro estilo Juicio del Rey Salomón. Ante la atónita mirada de todos, el Anillo no sólo resistió la acometida de su hacha, sino que originó que ésta se rompiese en pedazos.

Ante este extraño fenómeno, la reinona autoridad que presidía el concilio, el tal Elrond, que parecía un gitano elfo, habló unas palabras que no alcancé a escuchar con claridad. Pero en el contexto pudo haber dicho algo así como «creo que es mejor vender la alianza en un COMPRO ORO».

Justo en ese momento llegó un pensionista andrajoso con un gorro de bruja, sujetando un palo que no se había molestado ni en lijar. Levantose Elrond entonces para darle la bienvenida.

«—A buena hora y con sol, Gandalf…
— Un mago nunca llega tarde ni pronto. Llega justo cuando se lo propone.
—Pues ya hemos comido.
—Mierda.»

El viejo se sentó en una de las sillas y no dijo nada más. Se dedicó a hacer ruido con la boca como si masticase algo inexistente; una de esas costumbres que nos encantan de la tercera edad.

Aproveché que nadie le hacía caso para acercarme a hurtadillas por detrás de su asiento y pedirle ayuda.

«—¿Qué lugar es este, Gandalf?
—Tuvo un nombre, pero se desvaneció hace algún tiempo.
—No tienes ni puta idea, ¿verdad?
—Pero ni puta idea.
—Gracias Gandalf
—Corred insensatos»

De repente se abrió otro vórtice dimensional. Al mirarlo pude ver el salón de mi casa. Supuse que sólo tenía que pasar a través de él para volver a mi mundo y dejar atrás esta locura. Justo en el momento en el que lo cruzaba el niño habló por primera vez desde que yo había llegado a la reunión diciendo «Lo haré. Llevaré el Anillo a Mordor».

Ya de vuelta en mi salón, y notablemente aliviado, me volví y acerté a ver a través de los últimos coletazos de vida de la grieta dimensional por la que había cruzado, la última imagen borrosa de aquel mundo en la que algunos de los asistentes (el indigente, su pareja rubia y el minihipster) se pusieron en pie y anunciaron:

«—Puedes contar con mi espada. —y con mi arco.
—y con mi hacha.»

No alcancé a ver el desenlace de aquella conversación. La Grieta en la realidad se cerró, desapareciendo tan rápido como apareció en un principio.

Ahora, mientras escribo estas líneas, justo después de haber visto cómo se disipada aquel portal que me había llevado a semejante aventura, sentí algo de remordimiento por haber huído de aquel mundo tan apresuradamente y sin ni tan siquiera haber descubierto el desenlace de aquella reunión: nunca sabré si aquel niño habría logrado llevar el Anillo a su destino. Sin duda hubiera sido una hazaña difícil de realizar, y más con la dificultad añadida de hacerlo mientras cargaba con una espada, un arco y un hacha.

Twitter=@cansinoroyal

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13 comentarios en “FRIKADAS I: de mis andanzas por la Tierra Media

    • De todo hay en la viña de Tolkien, quizás solo sea una fase. ¿Quién sabe? Claro que por otro lado es normal. Han pasado mucho tiempo juntos… El roce hace el cariño… Xdddd. Muchas gracias por comentar y me alegro de que te guste!

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  1. Querido Supereze, según leo tu post, te visualizo en el salón de tu casa disfrutando de esa aventura que acabas de compartir…jajja… sólo tu puedes describir tu final..y efectivamente, no esta tan mal.. que seguro yo describiré el mío. Gracias por la sonrisa y la imaginación.

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  2. Raúl dijo:

    Menos mal que no te sentastes a ver Regreso el Futuro. Estoy seguro que hubieses casusado una paradoja temporal al tropezar con tú mismo del pasado jajajajajaja no obstante si lo haces búscame favor… jajajajaja muy buena desarrollada Eze.

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  3. En la facultad había un profesor que se parecía mucho al pensionista con el gorro de bruja, creo recordar que le llamaban profesor Garrido pero él iba siempre a clase descalzo, con una túnica y se hacía llamar «Garrídonor»…o quizá me dormí durante aquella clase.

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